VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Valentía de vivir

Nuria Jimenez, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Tras ajustarse la corbata y los puños de la americana, cogió el maletín y salió rápidamente de las oficinas. Durante el trayecto de vuelta a casa fue observando el colorido paisaje urbano: gente de aquí para allá, comprando compulsivamente.

“Otra vez Navidad”, suspiró.

A sus treinta y cinco años, vivía sólo. Nunca había querido casarse ni pensaba hacerlo, al menos de momento. Era hijo único y sus padres vivían en un pueblo cerca de Pamplona, muy lejos de la cosmopolita Madrid. Apenas sin familia y rodeado de lujo, encontraba muy poco sentido a las Fiestas.

Entró en el luminoso portal del bloque de pisos en el que vivía y cerró la puerta. Poco sospechaba que su vida iba a cambiar radicalmente en muy poco tiempo.

En la otra punta del país una madre daba a luz a su hijo. Pero, al poco rato, sin que los médicos pudieran hacer nada para remediarlo, ella moría a causa de una embolia cerebral.

Recién llegado al mundo, ese niño ya sufría una de sus mayores desgracias: la horfandad. Según los papeles, la mujer era viuda y carecía de familia.

La enfermera estaba desolada. ¿Cómo iba a abandonar a esa criatura en un hogar de acogida? Ella misma había crecido en uno y no estaba dispuesta a que el bebé corriera su misma suerte.

Siguió registrando los informes en busca de una pista, una esperanza, algún pariente lejano que pudiera hacerse cargo del pequeño. Al fin, dio con un nombre escrito en letra pequeña: Mª Carmen Serrano. Fue rápidamente al ordenador e inscribió su nombre en el registro. La mujer, que era tía de la fallecida, vivía junto a su marido en una residencia. Obviamente, no estaban en condiciones de hacerse cargo de un niño. La única referencia de parentesco era un primo segundo alojado en Madrid: Matías López. La angustiada enfermera suspiró aliviada.

Después de cenar en un exótico restaurante tailandés con sus amigos, volvió a casa bastante más contento de lo que había salido y con una peculiar mirada... Había vuelto a beber más de la cuenta. Canturreaba alegremente mientras se desvestía y pensaba en la encantadora dama que había conocido durante la velada. Pero un pitido lo arrancó de sus ensoñaciones.

-¿Un correo a estas horas?... Será publicidad -se dijo despreocupado.

Apagó el ordenador y se hundió en el mullido sofá dispuesto a hacer zapping el resto de la noche.

Un par de días más tarde, al no recibir respuesta a su correo, la misma enfermera decidió telefonear a ese tal Matías.

-Buenas tardes. Llamo del hospital Vall d’Hebron, de Barcelona. ¿Es usted Matías López?

-Sí, soy yo -respondió sorprendido.

-Verá; hace dos días nació un niño y su madre murió al poco rato. Después de hacer varios registros, hemos averiguado que usted es el único pariente que le queda.

-¿Pariente?

-Sí. Es primo segundo de la fallecida madre -le explicó.

Se trataba de una broma, seguro. Que él supiera, no tenía ninguna prima segunda y, menos aún, que hubiera tenido un hijo.

-Perdone, pero debe de haber una equivocación. Yo... -iba a excusarse.

-Le aseguro que usted es pariente de la mujer, por raro que le parezca. Hemos sacado sus datos del Registro Civil.

-Pero... -intentó decir.

-Mire, tendrá que hacerse cargo del niño, un pobre bebé indefenso. ¿No querrá que termine en un horrible hogar de acogida?

-Lo siento mucho, pero no puedo hacerme cargo de él -se disculpó.

-¿Tiene trabajo?

-Sí.

-¿Dinero?

-Sí.

-¿Casa?... ¿Medios?... ¿Comida?...

-¡Si, si y si! Pero no estoy en disposición de cuidar de nadie, ¿entiende? -gritó.

-En ese caso, sepa que está desobedeciendo a la Ley. Puedo denunciarle y que lo lleven a prisión -alegó.

-¡Usted está loca! Conozco muy bien a la poca familia que me queda y le aseguro que no he sabido nunca de una prima segunda que, además no sé ni cómo se llama -argumentó.

-Laura López -pronunció con frialdad-. Todo está dicho; cogerá un avión o un AVE hoy mismo y vendrá al hospital Vall d’Hebron, de Barcelona. Vaya a la tercera planta, maternidad. Le espero.

-Escúcheme un momento...

-Le estaré esperando a las seis. Buenas tardes -se despidió antes de colgar.

Estupendo, iba a tener que hacerse cargo de un crío que no sabía ni de dónde venía. Pero no le quedaba más remedio. Preparó el equipaje y después de comer se dirigió al aeropuerto.

Cinco horas más tarde, tomaba un avión de vuelta cargado con un cochecito con una rosada carita asomando entre las mantas.

Las primeras semanas fueron muy duras. Tuvo que aprender a cuidar de un recién nacido, él que ni siquiera había tenido hermanos pequeños. Ayudado por los libros y por artículos de internet, fue saliendo adelante y se le despertó la faceta de padre que aún no había descubierto.

Al año siguiente se casó y poco después tuvieron su primer hijo. Los pequeños crecieron como hermanos. Matías no sabía a cuál de los dos quería más.

Desde entonces celebra la Navidad junto a su familia, en un fluir de sonrisas y regalos, de luces de colores y árboles decorados.