Proscritos para el PP

Hay títulos que a uno lo ennoblecen. Uno de ellos es el de proscrito, cuando va emparejado a una autoridad vil. Proscrito, así me siento. Y como yo, miles y miles de españoles. Somos proscritos ante la deriva de los mandamases que legislan, amparándose en un léxico torticero (hablan de derechos para justificar una barbaridad tras otra que golpea la médula del individuo), con el que pervierten a la ciudadanía que les ha brindado su confianza y representatividad, únicamente, para la gestión de una sana vida en sociedad, no para que hagan quiromancias.

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No soy el único proscrito, faltaría más, que este grupo de hombres y mujeres rebelados y perseguidos es inmenso, y está formado por todo tipo de sensibilidades. Es decir, la protección del ser humano más débil (el feto, el menor atormentado por no terminar de aceptarse y quererse, el anciano abatido por la soledad, el enfermo terminal, el paciente de una alteración crónica, la madre soltera, la víctima de una enfermedad rara, el síndrome de down, el médico que recurre a su derecho de objeción de conciencia, el enfermero y el farmacéutico al que se le ha quitado el ejercicio de tal derecho, etc.) no es una obcecación de los católicos que cumplen el precepto dominical, sino la firme determinación de todo aquel que es consciente de la sacralidad del individuo (en el carácter espiritual y material del término, que incluye el sentido que puedan darle los agnósticos. La sacralidad del hombre es el principio, entre otras cosas, que justifica la seguridad que merecemos ante cualquier amenaza). Entre los proscritos no importa nuestra religión, si es que la tenemos, la ideología, las preferencias políticas, las afinidades económicas, culturales y artísticas. En este amplísimo grupo nos une el convencimiento de que no hay poder legítimo que pueda aprobar una legislación contraria a la naturaleza del hombre, destructiva y no reparable, pues la muerte, la castración, los tratamientos químicos para el cambio de sexo… no tienen vuelta atrás en sus terribles consecuencias. 

Ser proscrito implica compromiso, claro, asumir que uno se convierte en enemigo de quienes cuentan con todos los recursos de la fuerza. Bien lo sabe el doctor Jesús Poveda, por ejemplo, que año tras año sufre el acoso de la policía nacional y su posterior detención (con noche en el calabozo incluida, juicio posterior, multa, supongo, y a partir de ahora pena por contravenir la imposición que prohíbe ofrecer otra alternativa a las mujeres que acuden a abortar). Poveda hace cabeza de los proscritos que, además, llevan las medallas invisibles de cada vida salvada. Y como Poveda, lo saben los médicos apartados a causa de su compromiso con la deontología de su oficio y otros muchos profesionales a los que sus colegas han vetado por no rendirse ante este rodillo macabro. Lo saben también los políticos que se han visto obligados a renunciar a sus cargos, a abandonar el partido del que formaban parte, que han sido expedientados y llevados a la picota con escarnio público a cuenta de sus principios. También los que reciben insultos y el menosprecio por parte de los medios de comunicación y de los protagonistas de la vida social a causa de su oposición a las leyes abyectas que corrompen nuestra sociedad.

El Partido Popular ha decidido abrazar el consenso ante las leyes inicuas que consideran peligrosas para sus intereses. Poco les importa que dichos textos legales contravengan la verdad; han apostado por el cacareado beneplácito de la mayoría. Por eso, conviene advertir que cuando lleguen al poder no se molestarán en abrir ningún melón que pueda envolverles en polémicas, es decir, no revocarán las medidas deshumanizadoras contra las que muchos de sus votantes han peleado. 

La defensa de los débiles ante el ejército de los agentes del nuevo orden social, le exigiría al PP asumir el desgaste que acarrea la firmeza. Por eso hablan de asumir el consenso, de no contravenir lo que ya está aprobado e implantado, de mantener la naturaleza de derecho a lo que es un sinsentido, como si lo conveniente no fuera el bien común sino encoger los hombros ante las disposiciones que ponen en jaque a la persona. La verdad, para este partido, se ha convertido en el más molesto de los convidados. 

Los votantes del mal menor; aquellos que se han convencido de que –ahora más que nunca– debemos recurrir al voto útil ante el desmadre que gobierna España; los que juraron sentirse traicionados por un partido político en cuya historia abundan los capítulos escritos por corruptos, ladrones, comisionistas, incumplidores…, pero al que hay que votar porque es el único que tiene posibilidades de derrotar en las urnas al PSOE de Sánchez y sus venenosas alianzas… tendrán que tragar –y asumir su pequeña carga de responsabilidad– cuando comprueben que Núñez Feijóo y sus ministros mantienen el escarnio de los débiles y la persecución de los proscritos, en una estrategia goebblesiana que naturaliza la degeneración social.