V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

La magia de Xian

Elena Trius, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

La oscuridad reina en la escena. En una cálida noche de verano sin luna se oye un débil murmullo entre los niños, espectadores de este teatrillo improvisado en el portal de la casa.

El imponente sonido de un gong resuena por doquier.

–¡Atención, ciudadanos de Xian! En pie para presenciar la coronación de su excelencia, la Emperatriz de China.

Acto seguido se abren las puertas de la ciudadela y entra en escena un cortejo formado por la princesa, sus damas de compañía y algunos guardias, todos portadores de antorchas.

El silencio se cierne sobre el público. Los más pequeños abren los ojos asombrados mientras la princesa sube a su trono imperial con paso solemne.

Uno de los soldados, portador de un medallón y un sable de plástico se acerca a ella y pronuncia un pequeño discurso totalmente improvisado, que acaba con estas palabras:

-¡Honor y gloria a nuestra nueva Emperatriz Wo-Shi!- con el consiguiente gesto con la espada sobre la cabeza de la princesa, consigue desencadenar un estallido de aplausos y cae una lluvia de confeti sobre las cabezas de los niños.

La Emperatriz hace un gesto con la mano y se abren las puertas de Xian por segunda vez. Suena el gong y entran siete personas portando sobre su cabeza un enorme dragón de yeso pintado, con siete metros de cola, en un movimiento algo torpe pero suficiente para que el público deje escapar una exclamación que vuelve a acabar en un estrepitoso aplauso. Dos chicos vestidos de rojo y con antorchas en la mano hacen piruetas alrededor del dragón al son de una música rítmica y oriental. Resulta un verdadero festín para los sentidos. El confeti sigue cayendo y las luces de colores iluminan las caras nerviosas de los actores novatos.

De repente la cabeza de dragón vuela por los aires y la larga tela descubre a cinco bandidos vestidos de negro, de expresión amenazadora, que rápidamente reducen a la guardia imperial apoyando la hoja de sus sables de cartón en sus cuellos.

-¡Por fin llegó el momento de dar a este imperio un verdadero líder, fuerte y poderoso, que no os necesita a ninguno de vosotros, mequetrefes!- vocifera uno de ellos – ¡Desde ahora yo seré el Emperador de toda China!

Se oyen gritos de protesta entre el público que de ninguna forma está dispuesto a aceptar esta ofensa.

Un grito de guerra atraviesa la escena y aparece el general de la guardia con cinco soldados, magníficamente ataviados con una armadura plateada con el emblema del Imperio: el dragón rojo. El general se bate en duelo con el cabecilla enemigo espada en mano, mientras uno de los soldados rápidamente echa alcohol en el suelo a modo de círculo. De repente, el general coge una antorcha y enciende el círculo de fuego que le atrapa junto a su enemigo. Los niños ahogan un grito y los más pequeños se cubren la cara con las manos.

El final de la batalla no se hace esperar y el general sale victorioso, aclamado por los niños que aplauden y ríen, pues el enemigo se retuerce en el suelo bajo la amenaza de una espada de cartón, dando gritos lastimeros y lloriqueando piedad. El general, noble y valiente, deja escapar al villano y vuelve a ganarse la admiración del público. La Emperatriz expresa su agradecimiento a los niños y les felicita por su incondicional apoyo y su excelente comportamiento. Se apagan las luces mientras se marchan los actores, de vuelta a la sala de monitores para quitarse los disfraces y comentar la representación.

Mientras tanto, los niños vuelven a sus habitaciones mientras comentan, emocionados, lo ocurrido aquella noche en la fortaleza de Xian. Los pequeños se quedan dormidos enseguida, con las mejillas encendidas y una sonrisa de felicidad en la cara, Los mayores se revuelven en el saco de dormir sin poder pegar ojo mientras cuchichean con los compañeros de habitación.

Finalmente se hace el silencio en la casa. En el aire quedan flotando la música y las risas, como una brisa mágica que envuelve a sus habitantes y les hace soñar en las cosas tan maravillosas que han vivido.