IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Las últimas palabras

Lourdes García, 16 años

                 Colegio Montespiño (La Coruña)  

Se supone que un gran escritor se encuentra entre ese reducido grupo de personas que no han perdido algunas de las cualidades que suele desaparecer en cuanto se cumplen los dieciocho años: la inocencia, la alegría y la ilusión. La fantasía y la imaginación son únicamente patrimonio de aquellos que han sabido proteger su corazón contra la frialdad y la desesperanza que envuelve al mundo. Pueden ver más allá de la cruda realidad con la mirada ilusionada de un niño, consiguen construir otros mundo a partir de una palabra, crear universos de la nada a pesar de que ese ejercicio vaya en contra de las leyes físicas sobre las que los hombres han depositado toda su confianza.

Estas cualidades son convertidas en realidad con bastante éxito por aquellos que tienen la misión de alimentar el alma humana a base de melodías, versos u óleos convertidos -casi por arte de magia- en obras de arte. Si tienen la suerte de ser descubiertas por algún erudito en la materia serán conservadas a través del tiempo para que las generaciones futuras puedan admirar lo que sus contemporáneos (salvo en raras excepciones) no fueron capaces de ver.

La vida del artista es dura. reservada sólo para los que aman con locura lo que al hombre le hace ser hombre, para los valientes que pensaron que merecía la pena seguir la llamada de alguna de las musas griegas, aunque para ello tuviesen que vivir del aire y renunciar a premios más fáciles.

Hasta hace algunos meses Víctor formaba parte del reducido grupo de personas que trataban de encontrar una palabra adecuada para describir el color del cielo, el adjetivo que necesita el sustantivo “dolor”. Cada día se levantaba con ideas nuevas fraguadas a través de la noche. Incluso había llegado a despertarse de madrugada con el impulso de enfrentarse a la blancura casi inmaculada de las hojas. Pero de eso hace ya algún tiempo porque ahora todo ha cambiado porque Víctor ha perdido la inspiración. Se ha esfumado como la última nota de una sinfonía, sin dejar rastro, pero con la certeza de que alguna vez estuvo junto a él. Ha llegado a pensar que fue como un resfriado que un niño agradece cuando su madre le dice que no puede ir al colegio, pero que está destinado a desaparecer.

En un principio mantuvo la certeza de que las musas volverían. Cuando comprobó que no sucedía comenzó a impacientarse y a dudar de sus propias cualidades, sobre las que había depositado su esperanza. Después de dos meses decidió salir a buscarla en el silencio, en sus sueños y en la propia realidad. Pero no llegaba. Las ideas se le ahogaban en la cabeza. Intentó desesperadamente buscar las primeras frases de su gran obra, del libro que, tras el gran éxito de los dos anteriores, tanto la crítica como el público esperaban que se convirtiese en una nueva joya de la literatura contemporánea. Sobra decir que, a pesar de las noches en vela y de su reclusión en lo que ya se había convertido en su despacho-cueva, no la encontró.

Dejó de hablar con la gente porque no tenía tiempo; estaba obligado a escribir su gran obra. Parecía que nadie lo entendiera. Le decían que la olvidase, que no merecía la pena lamentarse por su pérdida, que rehiciese su vida sin la Literatura, que era mejor así. Sí, la gente decía muchas cosas. Aún así, aunque tratasen de convencerle, Víctor sabía que no podría vivir sin ella, que la necesitaba a su lado para hacerle sentirse único y afortunado entre todas las personas que, al igual que él, tratan de no ahogarse en el mar de las dudas. La necesitaba porque para él ella no era sólo una persona, ella no era sólo su mujer. Había sido mucho más: su inspiración, su musa, su compañera…

Han pasado dos años desde que ella se fue. Ahora lo puedo decir porque Víctor ha mirado el calendario por primera vez desde entonces. Después de estos largos veinticuatro meses que, paradójicamente, han pasado como los más cortos de su vida, no hay un nuevo libro en cuya portada aparezca el nombre de Víctor y ella no ha vuelto. Pero Víctor sigue esperando, sigue buscando. Sigue suponiendo, como todos suponen, que un gran escritor está entre ese reducido grupo de personas que no han perdido la imaginación y a los que la inspiración no les abandona. Sigue creyendo, como todos creen, que las historias de amor verdadero nunca terminan mal.

Y hoy Víctor escribe por primera vez desde hace dos años. Escribe las que serán sus últimas palabras sobre el papel. Escribe: “ Víctor F”.