IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Luna de lobos

Mónica Muñoz, 14 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

La noche era tranquila. Ni siquiera se escuchaba el ladrido de un perro. Unas voces estridentes rompieron el silencio: éramos un grupo de amigos que abandonábamos un bar después de una celebración laboral. Estábamos borrachos como cubas y era una buena hora para volver cada uno a su casa, pero en nuestro estado hubiera sido una locura sentarse al volante, así que decidimos largarnos caminando por la ciudad.

Me encontraba a cuatro manzanas de mi casa cuando me separé de mis tres

amigos. Decidí entonces tomar un atajo a través del parque, a pesar de que

a esas horas no resulta un lugar recomendable. Si hubiese estado sobrio, aquel lugar me habría puesto los pelos de punta.

Solo unas cuantas farolas iluminaban mi camino, las únicas que no habían sido destruidas por una nueva generación de delincuentes juveniles. Avanzaba con la cabeza gacha. Aceleré el paso. Sentía algún tipo de presencia a mi espalda que me asustaba. Me di la vuelta y, aunque sólo atisbé una sombra, eché a correr. Pero aquel extraño empezó a correr también y mucho mas rápido que yo. Casi me pisaba los talones.

-¡Socorro! ¡Auxilio!-me puse a gritar.

Pero el lugar estaba desierto.

Mi corazón se movía a un ritmo desmesurado ante el presentimiento de un peligro desconocido que deseaba atraparme. Pensé que aquella noche podría ser la última, que iba a morir degollado por lo que empecé a distinguir como un perro gigante. Exhausto, me tiré al suelo. Aquella enorme bestia se abalanzó sobre mí.

Pero cuando iba a soltarme una primera dentellada, sobre el perro se abatió otro animal mucho más grande. Por un momento pensé que se trataba de un salvador, hasta que comprendí que se peleaban por el botín, que era yo.

Se mordían la una a la otra, gemían de dolor, retozaban en su propia sangre. Aquello no era humano, por supuesto, pero tampoco pertenecía a lo animal. Aproveché las dentelladas que uno y otro se lanzaban para escapar. Desde donde me encontraba se veía, además, la puerta del parque.

Me encontré frente la casa se Ramón. Mire a mi derecha y después a mi izquierda. Tras comprobar que no me habían seguido, me acerque al portal. Necesitaba un refugio, un lugar para descansar, y estaba demasiado atemorizado para volver a casa.

Toqué al timbre y en apenas unos segundos Ramón apareció de pie, en pijama y con aspecto malhumorado. Olvidé mi labrada educación y entré sin esperar a que me invitara.

-¿Que pasa? Tienes mal aspecto –dijo, escrutándome de arriba abajo, disimulando su enfado por haberle dejado la alfombra llena de tierra

-Te aseguro que…, algo…, muy extraño me…, me perseguía -tartamudeé al tiempo que respiraba costosamente.

-Esta noche alguien ha bebido más de la cuenta. No te preocupes, puedes quedarte a dormir aquí.

No tarde en acomodarme. Pensé que, después de generar tanta adrenalina me costaría conciliar el sueño, pero no fue así. Tan pronto como me relaje, me dormí. Un grito me despertó de pronto. Me dirigí hacia la habitación contigua, en la que dormía Ramón. Necesitaba saber que estaba vivo.

No pude creerlo: Ramón descansaba sobre un charco de sangre. Me quede atónito. Aquella bestia me quería a mí, sólo a mí, no a Ramón. Él tan solo era un simple estorbo en su camino, pero era mi amigo y había muerto por mi culpa. Me sentía culpable y rabioso a la vez.

Decidí dejar a un lado el miedo para dar paso a aquel animal rabioso que esa misma noche se había creado en mi interior. Me di cuanta de que sólo una bestia podía derrotar a otra bestia. Ahora yo era el cazador y ella mi presa. Llegué al comedor enfurecido y le esperé, paciente, escondido hasta que apareció. Me buscó con la mirada y, al no encontrarme, bajó la guardia. Podía imaginarlo devorando a Ramón.

A la luz de la luna llena pude verle mejor. Tenía los dientes afilados y una gran mata de pelo oscuro e hirsuto. Era muy grande y sus ojos de gato iluminaban su cara como dos faros. Nunca había visto nada semejante. ¿Qué era aquello? ¿Un hombre? ¿Un lobo? Quizás ambas cosas.

Abrió la boca y pude oler un hedor a carne podrida. Por sus dientes resbalaba la sangre de mucha gente inocente. Había llegado la hora de atacarle. Cogí un jarrón con pinta de ser muy caro y me dispuse a estrellárselo en la cabeza. Lo cogí con todas mis fuerzas y me preparé para lanzárselo al tiempo que la bestia se apoyaba sobre sus dos patas traseras.

Me desperté exhausto, sin aliento, como si no hubiese dormido en toda la noche. Era la tercera ver que me levantaba con aquel dolor de cabeza acompañado de un sabor agrio en la boca. Nada estaba en su sito; todo estaba roto o rasgado. Era como si una manada de rinocerontes hubiese pasado por allí. Giré sobre los talones hasta que me detuve para observar el enorme ventanal por donde había visto por ultima vez a aquella odiosa bestia. Casi sin aliento, al tiempo que la sangre se me helaba, pude ver que aquello no era una ventana sino un espejo.