IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Mi gran error

Alejandra Díaz Guerra, 14 años

                 Colegio Fuenllana (Madrid)  

Aquel día, tenía catorce años, acababan de terminar las clases, pero me había quedado en la puerta del instituto, embobado, mirándola fijamente. Junto ella había varios chicos tonteando y apartado en un rincón estaba Rafa, un muchacho temido en todo el centro al que habían expulsado muchas veces.

La chica se llamaba Carolina, tenía dieciséis años y su lista de fechorías también era larga. Tenía el pelo negro, largo y recogido en una coleta, la cara pecosa le daba un aire infantil. Me gustaba desde que la vi por primera vez y, poco a poco, se había ido convirtiendo en una obsesión. La espiaba cuando estaba con sus amigas y contemplaba anonadado su sonrisa. También le había visto con Rafa y tenía que contenerme para que no me pudiesen los celos. Ahora estaba ahí, indiferente, fumando delante de aquellos chicos. El corazón me dio un vuelco cuando se acercó a mí. Aunque necesitaba echar a correr, parecía que tenía los pies enterrados en cemento armado.

-¿Te pasa algo? Llevas media hora ahí parado.

-No –me costaba encontrar las palabras-. Estoy esperando -balbuceé mientras me daba cuenta que tenía que haberme ido de allí hacía un rato.

-¿Por qué no vienes con nosotros esta tarde? –me propuso con una sonrisa-. Hemos quedado en el parque a las ocho y media.

-Intentaré ir… -zanjé como pude.

Y allí estaba yo a las ocho y media en el parque, esperando a que llegaran, sin saber muy bien lo que iban a hacer. Entonces aparecieron varios chicos con bolsas de plástico y pude ver que de una sobresalía una botella.

-¡Has venido! -dijo Carolina, sobresaltándome.

Sólo pude tragar saliva.

Los de su pandilla empezaron a mirarme con cara rara y a la vez como con respeto cuando me veían con Rafa o con algún colega suyo. Me sentí importante, aunque en el fondo no era nadie.

Pocos días después me vi enfrascado en una pelea junto con Rafa contra mi un tal Borja que había insultado a Carolina delante de mí. En el patio se formó un corrillo alrededor de nosotros. En primera fila estaba Carolina, que me guiñó un ojo. En el otro extremo se encontraba Cristina, la chica que había ocupado mi corazón antes de que este perteneciera a Carolina, pero al poco de empezar la pelea me dirigió una mirada llena de pena y se marchó llorando.

Lamentablemente eso no bastó para darme cuenta de lo bajo que había caído. Lo definitivo llegó un mes después. Habían expulsado a Cristian, un amigo mío, tres semanas del instituto. Para vengarnos se me ocurrió incendiar el coche del director. Rafa aceptó el reto y Carolina también. Rafa, por su parte, consiguió combustible.

La faena se llevó a acabo un martes por la noche. Vertimos la gasolina por el coche y luego prendimos fuego con un mechero. Carolina me cogió bien fuerte de la mano mientras contemplábamos la hoguera.

Por desgracia, el fuego llegó a un árbol que estaba demasiado cerca del coche. Poco después la casa de enfrente también empezó a arder. Carolina me soltó la mano. Los vecinos salían gritando del edificio. Intenté escapar, pero el fuego me había atrapado. Mis amigos se habían marcado sin avisarme y Carolina también.

Ahora estoy en un reformatorio en silla de ruedas porque el fuego me quemó las piernas. Estoy desesperado, porque no me queda nada. Estoy sin familia ni amigos.

A menudo me pregunto cuál fue mi error. ¿Dónde empezó esta locura? Recuerdo los ojos de Carolina y entonces me doy cuenta del gran error que cometí al enamorarme de ella.