IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Princesa Ana

Rebeca Molledo. 15 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

Érase una vez una princesa que, por voluntad propia, decidió torturarse de manera dolorosa y macabra. Creía que existía una perfección física como el máximo bien al que puede aspirar una mujer y, aunque le supusiera un gran sacrificio, estaba dispuesta a alcanzarla: conseguiría ser perfecta. Entonces así sería una princesa y todos la querrían y la admirarían.

-Cada kilo de menos es el logro de un sueño -se repetía.

Con el paso de los días la princesa cada vez estaba más delgada, pero no conseguía sentirse mejor. Se miraba al espejo… Unos ojos normales verían un cuerpo extremadamente delgado, en el que los huesos se transparentaban bajo la piel. Ella no se veía gorda, pero tampoco lo suficientemente delgada como para merecer la corona de princesa. Semana tras semana, su obsesión era cada vez más incontrolable. Nadie dijo nunca que fuera fácil llegar a ser una princesa...

Probó diuréticos y laxantes que hicieron que la princesa enfermara. Sus padres estaban muy preocupados y lloraban ante la impotencia de no saber cómo quitarle semejantes ideas de la cabeza. Nuestra joven pro-ana, que es así como se denominan clínicamente a las chicas con este problema, fue ingresada en el hospital con treinta y dos kilos. El siguiente mes lo paso encamada y con una sonda que le atravesaba la garganta y salía por la nariz. Lloraba angustiada al ver que todos sus esfuerzos y sufrimientos durante tanto tiempo se iban al garete.

A medida que iba ganando peso se veía más guapa. Se despidió de la sonda –basta de papillas asquerosas- y empezó a comer por sí misma. Entonces descubrió el placer de comer; aprendió a saborear los alimentos y también que los productos más sabrosos no son los que tienen menos calorías. Las terapias y las citas con especialistas lograron un gran avance, pues comprendió que la perfección no existe, que es algo opinable y que si volvía a dejar de comer podría morir. Los médicos decidieron darle el alta, aunque tendría que seguir una serie de pautas y revisiones semanales.

Cuando volvió a casa, se miro al espejo y sonrió. Madre e hija se sentaron a charlar.

- ¿Sabes una cosa, hija?

-¿Qué, mamá?

-Seas como seas por dentro o por fuera, siempre serás mi princesa.

Se sintió feliz y con fuerzas. La vida había empezado de nuevo.