IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Sueño fugaz

Suyay Chiappino, 15 años

                       Colegio Guaydil (Las Palmas)  

La ninfa curvó sus labios de cereza en una sonrisa muda. Llevaba observando al elfo desde hacía un rato. Convencida de su inadvertida presencia, se divertía con su silencioso acecho.

El bosque no era su ámbito. Se había escabullido de su hogar, la save hierba de las praderas y las amplias extensiones del campo infinito, salpicado de colinas. Era una ninfa de las colinas. Aquél, por el contrario, sí era el entorno del elfo.

Un elfo del bosque reconocía cada ruido, cada color, cada muesca en los trocos, cada olor..., y desde hacía rato un dulce aroma lo embriagaba. Flotaba tras sus pasos, portado por un desconocido depredador, aunque su perseguidor no representaba amenaza, pues se limitaba a observarlo sin perderlo.

La ninfa se paró cuando el elfo se detuvo y antes de poder distinguir sus movimientos el duende había desaparecido. Se volvió, buscándolo en diversas direcciones, hasta que sintió su presencia a escasos centímetros de su piel. Quiso huir de la inminente amenaza, porque las ninfas de las colinas son seres solitarios, ocultos y fugaces. Bellas criaturas cuya existencia secreta transcurre en el aplastante silencio de la soledad.

El elfo pudo apreciar la sombra del miedo oscureciendo el brillo de aquella mirada. Le impresionó la indescriptible belleza de aquella criatura que su imaginación no hubiera logrado pintar.

Ambos permanecieron quietos, analizándose con miradas calculadoras, estudiándose, recorriéndose...

El temor que se había apoderado de la ninfa comenzó a apaciguarse. La actitud del elfo no era amenazante. La ninfa permanecía turbada mientras que el elfo, impulsado por la curiosidad, quería acercarse. Sus ojos se encontraron e intercambiaron miradas cautelosas al principio. Progresivamente fue aflorando a sus labios una sonrisa. La ninfa presentaba un aspecto salvaje con su sonrisa tímida. El elfo se vio envuelto en ella, con una más segura enmarcando su rostro.

Ahora se sonreían con sincerad. La ninfa admiró sus facciones cambiantes, sus orejas puntiagudas y su hipnótica mirada. El elfo se maravilló con su fresca belleza, su radiante sonrisa y sus ojos rasgados. Ambos sentían un cosquilleo recorriéndoles la piel, la de ella pálida, blanca y fría como la pureza de la luz. La de él verdosa, curtida y aterciopelada como las hojas de los árboles. Una extraña sensación recorría sus cuerpos y se apoderaba de sus mentes a medida que una energía desconocida nublaba sus sentidos. Confusos, sintieron florecer en su interior una delicada conexión que los unía en un sentimiento hasta ahora desconocido.

Se alejaron en sentidos contrarios, caminando por sendas opuestas. De vez en cuando se dirigían miradas fugaces. Conscientes de sus razas diferentes, regresaban a sus hogares con la esperanza de volver a cruzarse para sonreírse, para compartir sueños imposibles.