IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Un mal día

Marta Cabañero

                 Colegio IALE (Valencia)  

Cuando Nora lloraba desconsolada en el aseo de chicas, sonó la sirena. Pero no le importó. Ni siquiera se dio cuenta de que el timbre se prolongaba más de lo normal. Ella solo era capaz de recordar una imagen: la del chico que más quería en el mundo, que acababa de zar por zanjada su relación.

Ya nada tenía sentido para Nora. Y es que aquellos últimos meses habían sido los mejores de su vida. Por eso no entendía por qué Alex ni siquiera le había dado una razón para dejarla. Tampoco había mostrado rastro de dolor, arrepentimiento ni disculpa. Se lo había soltado de sopetón: “ya no te quiero”, sin más.

Se miró en el espejo y el reflejo le devolvió su mirada, aquellos preciosos ojos verdes llorosos con una huella de sufrimiento. Permaneció contemplándose, sumida en una profunda tristeza, durante un buen rato. Nada del exterior le importaba ya hasta que, de pronto, comenzó a toser.

El primer tosido le despertó del trance. Entonces se dio cuenta de que se filtraba humo por debajo de la puerta del cuarto de baño. Escuchó una nueva alarma estridente.

-¡Lo que me faltaba, un incendio! –gritó, presa del pánico.

Buscó alguna ventana, pero el baño no las tenía. Por si fuera poco, había olvidado lo que debía hacer en caso de incendio, a pesar de que recientemente lo habían repasado en clase.

Abrió la puerta de un tirón, y aunque un sexto sentido le advirtió de que no era bueno internarse en un pasillo cegado por el humo, se lanzó contra aquella masa informe. Se tapó la boca con ambas manos y corrió lo más rápido que pudo hacia las escaleras. Pero..., ¿qué escaleras? Había estado tan preocupada por la marcha de Alex que ni siquiera se había fijado la dirección que había escogido. No veía nada y tampoco sabía en qué piso del instituto se encontraba, y mucho menos en qué pasillo.

Mientras el humo nublaba todos sus sentidos, se preguntó qué podía hacer. ¿Esperar? No, quedarse quieta en medio del humo era demasiado peligroso. ¿Correr? Ya no podía más. ¿Gritar...? ¿Buscar un aula...? ¡Sí! En todos los pasillos había aulas. Así que se acercó a la pared y comenzó a palparla en busca de una puerta. Sus primeras impresiones es que la pared era lisa, sin un solo vano... Y seguía siendo lisa, hasta que tocó algo. Buscó el pomo para abrir la puerta, pero no estaba. Lo que había descubierto era un cuadro. Lo arrancó de la pared y lo lanzó volando con rabia.

Continuó palpando la pared, esta vez más rápido, y por fin encontró una puerta. Una luz de esperanza se encendió en su corazón. Abrió de un tirón y entró.

Hacía mucho calor en aquel sitio. Buscó el interruptor y apretó. Pero no se encendió ninguna luz, sino que aquel lugar comenzó a moverse. Le pareció que descendía. Nora comprendió que se había metido en el ascensor. Ya era mala pata, porque se trataba del único ascensor de toda la escuela. Comenzó a reírse con carcajadas histéricas mientras se preguntaba qué más le podría pasar. Tal vez el ascensor podría descolgarse...

Inundada por este pensamiento, dejo de reír y trató de recordar, en vano, cuál de los ocho botones había pulsado. Los tocó sin llegar a apretarlos. Lo único que notó fueron pequeños relieves. Se prometió que si salía de aquella pesadilla, aprendería a leer braille.

El ascensor se detuvo. Nora intentó abrir la puerta, pero había desaparecido. Un sudor frío recorrió su espalda. Aquello no podía ser real. <<Primero Alex, después...>>, enumeró con sus últimas fuerzas. <<Un momento. ¿Alex...? ¿Pero, en qué estoy pensando? ¿Es Alex un problema? ¡Por supuesto que no! Salir de aquí sí que es un auténtico problema y no ese pedazo de idiota>>.

Presa del agobio, golpeó la pared del ascensor. Puso tanto empeño que no se daba cuenta de que tenía la salida justo detrás de ella, pues se encontraba en la planta baja y el ascensor, en aquella planta, se abría por la pared opuesta.

De pronto, unas manos la agarraron de la cintura y la elevaron en el aire. Creyó que se trataba de una visión..., o a lo mejor Dios la había tomado para llevársela al cielo. Pero mientras se giraba en volandas, alguien le habló. Era una voz que conocía, a pesar de que sonaba muy lejana y a pesar de que en los últimos minutos la había aprendido a odiar. Era Alex.

-¡Nora! ¿Estás bien? –preguntó.

Exhausta, levantó un brazo debilucho para soltarle una bofetada. Pero su profesora de Lengua le retuvo la mano.

-Nora, ¿en dónde estabas? ¡Os avisé de que hoy tendríamos el simulacro de incendio con humo simulado!

Entonces sonrió y, aliviada, se desmayó.