III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

A la sombra del naranjo

Nuria Díaz Argelich, 17 años

                  Colegio Canigó (Barcelona)  

    El viento hace danzar la hierba y llena el aire de azahar. La brisa susurra mil canciones al oído del filósofo que, absorto, deja que caigan sobre sí las blancas flores del naranjo. Cien pensamientos llenan su mente, intentando descifrar los misterios que, astutamente, guarda el mundo y la realidad que le rodea. Ese árbol, ¿es real? No es árbol, es duda.

    Se comban las frágiles ramas del naranjo. Llueven las hojas verdes y las flores de azahar. La risa de los niños se mezcla con el murmullo del viento. Juegan, ríen. Sin reflexión. Sólo niños. Sólo juegos. Mil piratas les atacan. El naranjo es el barco que se enfrenta al temporal, enhiesto y orgulloso. Tal vez le aguarde un sepulcro de arena y coral. Tal vez surque los siete mares. La imaginación dirá. Otro día será la cabaña de un robinsón o un cohete espacial. Nunca un naranjo, un naranjo de azahar.

     Declama el poeta bajo el árbol en flor. No es árbol. Es belleza para plasmar en tinta y papel. El verso será la flor, el ritmo lo dará el viento. Escribe. Tacha. La hierba danza. Es poesía.

    Dos pintores, pincel en mano, copian el naranjo. Los lienzos inertes se van llenando de vida. En uno, un árbol con flores blancas de azahar. En otro, las pinceladas sueltas trazan formas geométricas: dos cuadrados, cinco rayas, siete manchas y lo que pretende ser un círculo. Es un círculo, aunque sólo parezcan nueve puntos separados. No es árbol, es arte.

    A la sombra del naranjo y apoyados en su tronco, están dos adolescentes. <<Te quiero>>, le dice él. Ella sonríe. No es naranjo, ni árbol, no es nada. Sólo son ellos.

    Teclea el escritor, no ya en la máquina sino en el ordenador portátil. Aspira el aroma. Escribe. El naranjo no es naranjo, es ciprés. Ha muerto el antagonista. Lloran las nubes. El mármol es importante. La riña que se desencadena, también.

Pasa el ejecutivo. No se detiene. Sólo es un árbol. Ni un naranjo.

    Renqueante, se apoya el anciano en el tronco. No es árbol, es bastón. Caen las hojas y el azahar y el viejo piensa: como hoy, como ayer, como siempre. Tienen toda una vida, él y el naranjo. Mira el paisaje: la brisa que juega, la hierba que baila, el sol que se esconde. Lo mira con dulzura, con la mirada del que sabe que los ríos van a dar en la mar. Contempla la vida ya vivida. Aquel recuerdo, aquella emoción. El tiempo, que no se detiene. Y lentamente se aleja.

    El árbol se queda sólo. Es árbol. Es naranjo.