II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

¿A qué huelen las nubes?

Inés Canals Pou, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

     Grandes, medianas o pequeñas, redondas y esponjosas, mayores o menores…, las hay de todos los tamaños. Rojas y naranjas, azules, blancas o violetas. ¡Cuántos colores caben en ellas! Adoptan diferentes formas que juegan con la imaginación de Ignacio, un niño de apenas seis años que las señala con su dedito gordezuelo.

     -¡Mira mamá, esa parece un elefante!

     Y ella sonríe a su pequeño.

     -¿Sabes qué?, mamá -sigue diciendo el niño-. Cuando sea grande viviré en las nubes y os miraré a todos desde allí, y os tiraré trocitos de nube para que con el olor os creáis que estáis allí conmigo.

Ella finge sorpresa y alegría ante la ocurrencia del niño.

     -Y, ¿a qué huelen las nubes?

     Entonces Ignacio le mira con gesto extrañado.

     -Pues, no lo sé, mamá… Lo sabré cuando sea grande y viva allí. Ese será mi secreto-

decide tras un pequeño rato de meditación.

***

     “…Entra envuelta en una nube de café y Chanel. Llega tarde, como siempre. Se dirige a su mesa, nuestra mesa, sin ser consciente de que decenas de ojos la siguen con miradas de admiración. Mientras se sienta, murmura una disculpa con esa sonrisa que jamás le abandona, y con un gesto amable agradece el menú que le tiende el camarero. Repasa la carta del día con la mirada mientras me cuenta, con voz cantarina, cómo le ha ido el día, sin percatarse de que mis ojos gritan que no puedo vivir sin ella…

     …Clic, clic, clic. Sus tacones resuenan sobre el pulcro suelo de madera mientras recorre la cocina de un lado a otro. Como cada mañana entra en la estancia arrastrando con ella el olor a desayuno recién hecho. Abre la ventana y deja entrar el viento, que llena mi habitación de un fresco aroma a flores. Me da un beso en la frente y se va sonriente a despertar a los niños. Entonces me levanto, añorando su presencia, y me visto pausadamente tratando de adivinar con mi fino olfato qué habrá de desayuno…

     …El viento ondea suavemente su cabello, que reparte mechones juguetones por su rostro… El agua baña sus pies y esparce gotas por doquier mientras ella corre por la orilla…, y entonces una brisa me llena los pulmones y suspiro, dándome cuenta de que ella es lo mejor que me ha pasado…

     …Les acaricias el pelo mientras ríes sus infantiles travesuras que no dudan en contarte, porque eres su confidente secreto. Tú les relatas algo que les hace reír a carcajadas, y corren a ponerlo en práctica… La escena desprende ternura y confianza…”

***

     Suspiro sentado en una silla de ruedas, que con el paso de los años se me antoja imprescindible. Las primeras hojas otoñales caen a mi alrededor mientras los recuerdos pasean por mi mente, despertando sonrisas de añoranza.

     -Señor Ignacio, es tarde, debemos volver- me dice la enfermera mientras se pone en pie para empujar el carricoche- ¿En qué está usted pensando que le arranca tantas sonrisas?

Le miro y sonrío, pues solo yo conozco el secreto. Miro al cielo y observo el lento movimiento de las nubes, que apenas deja pasar los rayos del sol. Sé que ella está allí, mirándome, recordando cada momento que hemos pasado juntos. Sí, solo yo sé el secreto, solo yo sé a qué huelen las nubes; huelen a esa mezcla de café y Chanel, huelen a una mañana de primavera, huelen a brisa de mar, huelen a ternura y confianza… Huelen a ella.