VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Abajo las cerraduras

Mª Rocío Jiménez Mérida, 17 años

                  Colegio Zalima (Córdoba)  

La soledad y el dolor abarcan un amplio ámbito de significados. Un ejemplo que me ayudó a comprenderlo fue la clase de Literatura, en la que analizamos la obra de Federico García Lorca, “Bodas de sangre”. En ella, el dolor de la madre ante la pérdida de su familia (la soledad que siente, el vacío que queda en su corazón, que por mucho tiempo que pase nada ni nadie lo logrará llenar y la unión tan íntima de afecto), me hizo reflexionar.

Siempre se ha dicho que lo natural es que los hijos presencien la vejez y muerte de sus padres, no al contrario. El milagro de darle vida a un pequeño grupo de células que se van desarrollando en tu interior, verlo nacer, cuidarlo, protegerlo y enseñarle a valerse por sí mismo, da una satisfacción tan grande a las madres que se les hace muy difícil soportar el dolor cuando el hijo pierde la vida. Es como si les arrancaran parte de ellas, como si su corazón se dividiese en dos y una mitad se la llevara su hijo.

Por esta razón, no entiendo cómo puede haber madres que voluntariamente maten a sus hijos mediante el aborto. Un hijo es la mayor alegría del mundo porque es el fruto del amor entre dos personas. El problema es que en nuestra sociedad abunda un amplio sentido de libertinaje donde los sentimientos quedan a un lado y el cuerpo se convierte en un objeto. Parte de nuestra generación desconoce lo que es el auténito amor, ya que nos enseñan a confundirlo con algo placentero, sin compromisos, de usar y tirar.