VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Adormecida
Beatriz Torrellas Darvas, 17 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Era una mañana otoñal, típica de Barcelona. Despina se llevaba una y otra vez cucharadas de leche con cereales a la boca. Tenía la cabeza gacha, el pelo despeinado y una mirada vaga fija en la ventana. De vez en cuando un bostezo se presentaba en su boca.

Llevaba puesta una sudadera del revés, como si al despertarse se hubiese vestido sin ganas con lo primero que se había encontrado. El fregadero estaba a rebosar de platos y sartenes sucias. El orden no era su punto fuerte. Ella utilizaba una cosa y luego la dejaba en el primer sitio que encontraba libre. Un cajón, una estantería, el fregadero…, e incluso debajo de la cama. Cientos de veces se había propuesto mantener un poco más de orden, pero la constancia tampoco se hallaba en la lista de sus puntos fuertes. Ella era una idealista que había dejado de tener ideas y se había hundido en la miseria.

En un momento dado, Despina recordó que tenía que recibir la carta de una amiga. Se levantó de la mesa y se dirigió a la puerta de entrada. Como vivía en un quinto piso y el ascensor estaba estropeado, tuvo que bajar andando. Por el camino se encontró con la vecina del tercer piso, que se la quedó mirando después de haberla saludado con un vago “hola”.

Al llegar a la portería y abrir la puerta, una ligera y fría brisa otoñal le acarició el rostro. Eso pareció despertarla un poco más. Junto con la brisa vino un papel arrugado que le dio en una de sus zapatillas. Cuando Despina lo recogió, descubrió que era un papel cuadriculado, de esos baratos. Despina alisó la hoja de papel y se dio cuenta de que no estaba vacía. Unas bellas palabras, en forma de poema, estaban escritas en él.