V Edición
Curso 2008 - 2009
Africana
Iñigo Doñabeitia, 17 años
Colegio Vizcaya (Bilbao)
Se acercaba el momento y los nervios comenzaban a aflorarle. Ella sería la siguiente en hablar. El conferenciante que en ese momento tenía la palabra, reclamaba el derecho a la escolarización de todos los niños africanos. No en balde, estaban en el Congreso Africano para los Derechos Humanos. Intentó relajarse y bebió un poco de agua. Era la primera vez que narraría su historia ante tanta gente. Aunque se sabía preparada, no podía evitar que le asaltaran las dudas.
Por fin llegó su turno y mientras se acercaba al estrado, se dio cuenta que era una de las pocas mujeres allí presentes, lo que ejerció sobre ella un sentimiento de responsabilidad que le otorgó animo y valor. Carraspeó levemente para aclarar la voz, que dentro de muy poco todos los presentes escucharían.
Tras una breve presentación formal, la propia que este tipo de eventos requiere, relató el motivo de su presencia en aquel congreso: representaba a un grupo de mujeres de una tribu cercana a la ciudad de Sarh, en el Chad, junto al río Chari, que reivindicaba el derecho a disfrutar de una vida plena. En su tribu, las costumbres machistas hacía mella. A las mujeres se las consideraba inferiores a los hombres. Entre otras indignidades, las mermaban físicamente de forma repugnante. Ella reclamaba la dignidad de todos los seres humanos y, por tanto, el derecho a negarse a que se les fuese practicada la ablación.
Todavía tiene fresco aquel fatídico día en el que ella sufrió aquel atentado. Su madre, su tía y su abuela le llevaron a la choza donde se realizaban las ofrendas a sus dioses. Tras una serie de rituales le obligaron a beber un espeso liquido de tonos verduzcos, que le sumió en un pesado letargo. Después le realizaron la funesta intervención que marcaría su vida y su salud para siempre.
Los rostros de los participantes en el congreso se tornaron en muecas de compasión, pero ella no quería su compasión; buscaba su comprensión y, sobre todo, sus futuras acciones para cambiar todas las costumbres incompatibles con la libertad de las personas.
Narró cómo, a los catorce años y en la plenitud de su desarrollo, estuvo a punto de perder la vida a causa de la hemorragia y las posteriores infecciones. Hizo también un homenaje a sus compañeras fallecidas a causa de dicha tradición, y de los problemas que les ocasionaba en la regularidad menstrual.
Al termino de su disertación, y mientras se secaba las lagrimas, exigió el derecho de todas las mujeres a decidir libremente respecto a dicha tradición, pues sabía que muchas -a pesar de todo- aceptaban el ritual de la ablación. El auditorio se puso en pie para aplaudir su valentía.