XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Agua

Fernando Hidalgo, 13 años

Colegio Mulhacén (Granada) 

El carruaje del obispo llegó antes de lo esperado, mientras Yusuf I, el sultán granadino, se preparaba para recibir al padre Ruiz. Sus sirvientes le habían lavado, perfumado y planchado su mejor túnica para aquella ocasión. Muhammad, su sirviente personal, terminaba de colocarle bien las mangas cuando entró el mensajero real.

—¡Excelencia!... Requiere su presencia el obispo Gutierre Ruiz —le anunció con el poco aliento que le quedaba.

—¡Oh! —exclamó sorprendido el sultán—. Pero si su visita no estaba prevista hasta la hora del almuerzo… ¿A qué se deben estas prisas?

—Lo desconozco, Excelencia. El obispo no ha querido entrar en detalle. Solo sé que quiere verlo a no más tardar.

Yusuf atravesó los jardines de palacio lo más rápido que pudo, hacia a las puertas de la fortaleza. El obispo era un hombre simpático pero con carácter. Yusuf y el padre Ruiz se habían visto tan solo una vez cara a cara, y esta era su primera reunión con fines diplomáticos. El sultán Yusuf lo había convocado para hacerle una oferta ante el hecho de que el caudal del Genil estaba agotándose. Al encontrarse, el obispo le dedicó a Yusuf una mueca parecida a una sonrisa.

—Si le soy sincero, este es uno de los peores recibimientos que he tenido —le recriminó el padre Ruiz.

—Bueno, padre, el caso es que no le esperaba hasta el almuerzo. Es usted el que se ha adelantado.

—Verás, Yusuf, desde la muerte de tu hermano —dijo el obispo después de una pequeña pausa— en Córdoba estamos sufriendo muchas penalidades porque no recibimos ayuda militar ni económica de vuestra parte. Nuestra alianza se está rompiendo poco a poco.

—Pero… señor obispo, el pueblo granadino está en la misma situación. El río Genil está seco, los aljibes no tienen apenas agua y, en consecuencia, los ganados están muriendo y las cosechas a punto de perderse —replicó el sultán.

—Entiendo —aceptó el obispo con gesto de estar pensando—. Pero tienes que entenderme. Esta alianza es fuerte y no debemos romperla por ninguna causa, o se ocasionará una terrible guerra.

–Tengo una idea —le anunció Yusuf—. Como no podemos romper la alianza, ya que las dos ciudades saldríamos mal paradas, si usted me concede un mes de plazo para que llueva y recuperemos el agua del río, le seguiré proporcionando a mis soldados.

El obispo Ruiz lo pensó.

—Un mes es demasiado tiempo, Yusuf. Los míos me presionan; la paciencia se les está agotando.

—¿Tres semanas? —negoció el sultán.

—Me has convencido —respondió el obispo—. Pero ni un día más.

Tras el almuerzo, el obispo emprendió el regreso y el sultán se retiró a sus aposentos. A partir de la mañana siguiente, un grupo de expertos comenzaro a buscar veneros y pozos alrededor de la fortaleza de la Alhambra.

La primera expedición no tuvo éxito. Ni la segunda ni la tercera. Fue entonces cuando Yusuf comenzó a preocuparse, pues el tiempo se le agotaba. Se pasaba las horas paseando por los jardines, sin apenas hablar con nadie.

Pero dos días antes de que terminara el plazo, halló una solución. Tras haber marcado en un pergamino todos los recovecos que los expertos habían sondeado, recordó el pasadizo trasero de la fortaleza. Efectivamente, allí encontraron un río que atravesaba la parte subterránea del palacio. Lo llamaron Daurus, aunque años después de la muerte del sultán pasó a ser Darro, pero esto es otra historia.

El obispo se enteró de aquel logro y se alegró mucho. Aunque más tarde fueron conquistados, los cordobeses vivieron en alianza con Granada durante más de un siglo.

La madre cerró las tapas de un grueso libro, Musulmanes en Granada, al tiempo que la niña cerraba los ojos. Lo posó en la mesilla, al lado de un vaso de agua, cerró la puerta y se fue a su habitación a descansar. Un agradable sonido entraba por la ventana. Eran las aguas del Darro, que fluía suavemente.