VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Aguas peligrosas

Beatriz Torrellas Darvas, 17 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

María se acercó imprudentemente al lago helado. Sin que su hermano Joaquín se diese cuenta, el hielo se quebró. Ella no tuvo tiempo de agarrarse a nada y cayó en las aguas oscuras, que le cortaron por unos segundos la respiración.

-¡Joaquín!- gritó con la primera bocanada de aire que cogió-. ¡Ayúdame!

Joaquín se abalanzó sobre el hueco por el que aparecía su hermana, pero tuvo que retroceder al ver que el hielo se resquebrajaba.

-¡Aguanta! -gritó con la angustia reflejada en el rostro.

Miró con ansiedad a su alrededor, buscando cualquier cosa que le ayudase a sacarla. Encontró una rama que, a simple vista, parecía tener resistencia.

-¡Cógela!

María alcanzó con dificultad la punta de la rama. Tenía demasiada ropa de abrigo y le costaba mantenerse a flote. Además, el frío empezaba a hacer mella en sus movimientos, que cada vez eran menos enérgicos. Joaquín se dio cuenta y tiró aún más fuerte del palo. Cuando ella estaba al borde del hielo, él la sostuvo con cuidado y logró sacarla del agua.

María no podía mantener los ojos abiertos. Su cuerpo se agitaba en temblores. Joaquín estaba asustadísimo. Solo tenía diecisiete años y jamás le había sucedido nada semejante. Pero eso no era lo peor: él y su hermana habían ido en bicicleta desde su casa de vacaciones, que distaba tres cuartos de hora andando.

-María, escúchame... Es muy importante que no cierres los ojos.

La muchacha abrió los parpados lentamente. Tenía los labios amoratados. Le quitó la ropa y se la cambió por la suya. Cuando ella estaba un poco más caliente, él la tomó en brazos y la llevó al camino, donde habían dejado sus bicicletas. Abrió su móvil, pero no había cobertura.

“¡Esto sí que es el colmo!”, pensó.

Por el camino se oía el motor de un coche. Joaquín dejó a María recostada en el suelo y salió a la carretera para interceptarlo. Agitó los brazos para no pasar desapercibido. Su angustia se transformó en sorpresa y alivio cuando reconoció el automóvil de un amigo, al que hizo bajar inmediatamente.

Entre los dos introdujeron a María en wl coche y, en apenas quince minutos, llegaron al pueblo. Durante el trayecto habían tapado a la chica con varias mantas que Luís siempre llevaba en el maletero.

En la casa de Joaquín y María no había nadie, pero en pocos minutos llegó una ambulancia. Para entonces, María ya se encontraba fuera de peligro.