XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Al otro lado del charco

Elena Hernández Gómez de Ramón, 17 años

Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría) 

Aún recuerdo la conversación que tuvimos de camino a la embajada.

—¿Hija, tan segura estás de que quieres irte? —me preguntó mi madre.

Al mes siguiente ya no había vuelta atrás: tenía la maleta cerrada, el pasaporte renovado junto con el resto de documentación, y me sentía lista para el viaje. Llegó el día y, tras despedirme de amigos y familiares, me monté en el avión.

Después de más de veinticuatro horas de viaje, llegué al país americano. Sentía una mezcla entre cansancio y nervios por saber si la ciudad sería como tantas veces la imaginé. Mucho ruido, luces de todos los colores, aviones que sobrevolaban la tierra a poca altura, helicópteros pasando constantemente y un calor agobiante caracterizaban a San Antonio. Junto con el maravilloso atardecer, estos son los primeros recuerdos que tengo de aquel lugar.

Poco a poco me fui acostumbrando a aquella extraña ciudad, tan diferente al estilo europeo. Por las noches, antes de irme a dormir, solía asomarme a la ventana, mirar la luna y pensar en mis padres, pero rápidamente me distraía el ruido de un helicóptero e intentaba buscar su luz entre la inmensidad del cielo estrellado. Así me dormía cada noche, con el sonido de helicópteros que se dirigían a los hospitales de la ciudad. De vez en cuando me sorprendía alguna sirena o el traqueteo de un tren de mercancías que tardaba siete minutos en atravesar McCullough Avenue.

A las siete menos cuarto sonaba el despertador y a las ocho entraba al colegio. Normalmente quedaba con mis amigas en el baño de la segunda planta, donde solíamos charlar antes de bajar a la capilla. Como cada día era una aventura diferente, nunca había tenido tantas ganas de ir al colegio, estudiar y aprender. Me di cuenta de que hay que saber descubrir el lado positivo de las cosas.

Me sentía plenamente feliz en aquel lugar, en el que me topé con una niña española. Se convirtió en mi mejor amiga. A esta felicidad se unía la de escuchar a los míos por teléfono de vez en cuando (he de confesar que mis padres me telefoneaban todos los días).

Un día de enero me sorprendieron con la noticia de que vendrían a visitarme. No hay mejor sensación que la de abrazar a los tuyos después de tanto tiempo. Pasaron dos semanas inolvidables junto a mí, durante las que pude enseñarles la ciudad. Después volvieron a casa mientras yo me quedaba en San Antonio.

Llegó el mes de mayo. No podía creer que todo aquello se estuviera acabando. De hecho, tras mi decimosexto cumpleaños empezó la cuenta atrás. Le tenía que decir adiós a aquel país lejano, a aquella ciudad a la que estoy segura de que regresaré. Me llevaba el cariño de mis profesores y amigos.

Todo llega a su final. Había personas que me esperaban con los brazos abiertos.

Regresé.