XVII Edición
Curso 2020 - 2021
Álbumes de fotos
Yan Tian Chen Yang, 15 años
Colegio IALE (Valencia)
Por casualidad encontré un álbum de fotos en el fondo de un armario del trastero. Palmoteé ligeramente sus tapas de cuero para quitarle el polvo y lo abrí. Es un ejemplar muy elegante, con páginas de papel de seda entre las cartulinas, donde hay pegadas fotografías antiguas. No tienen bellos paisajes de fondo ni hermosos colores (las instantáneas son en blanco y negro), sino que aparecen personas sonrientes y alguna escena callejera. Recuerdo haberlo contemplado con mis padres cuando era pequeña. Ellos me fueron señalando cada cartulina para presentarme a aquellos personajes que eran parte de mi familia, mis antepasados.
Me domina la nostalgia al pensar que hemos sustituido ese tipo de retratos por imágenes digitales que ni siquiera nos molestamos en revelar para conservarlas en álbumes. Ahora las fotografías apenas se preparan sino que se improvisan. Y poco importa que saquemos una que cien, pues en un rápido borrado eliminamos el espacio que hayan ocupado en nuestro dispositivo digital. Sacamos fotos de lo importante y de lo intrascendente, seguros de que quedarán pronto olvidadas en algún archivo o en una red social. Y el resultado es inmediato, lejos de aquellas ilusionantes esperas para ver el positivado de los negativos.
Las entrañables fotografías en blanco y negro pasaron al olvido por el color, y con el teléfono móvil se ha simplificado el método del disparo por un solo clic, y el almacenamiento en la nube en lugar de dichos negativos. ¿Quién recuerda la expectativa al correr hacia el estudio fotográfico para comprobar el revelado de los carretes? Me temo que nadie que pertenezca a las nuevas generaciones.
Cualquier red social nos muestra una tormenta de imágenes en las que vemos a todo tipo de personas realizando todo tipo de acciones, la mayoría banales que enseguida terminan en el cubo del olvido, pese a los efectos decorativos con que hayamos modificado la realidad, pues se devalúan apenas las vemos en la pantalla. ¿Acaso no perdemos las horas pasando fotos que no volveremos a ver, en una búsqueda sinsentido no sabemos bien de qué? Nuestros ojos se han entumecido y con ellos el cerebro, incapaz de conmoverse con ninguna fotografía hermosa, como aquellas que daban dignidad a los álbumes que guardábamos casa.
La mayoría de las personas sacan fotos a su familia, amigos y a los lugares de sus viajes. Simplemente registran los hermosos momentos de la vida sin preocuparse por otras habilidades fotográficas. Creo que esta actitud es correcta, pues la característica esencial de la fotografía es registrar la realidad. Las flores se marchitarán pero una vez retratadas no se puede decir que no existieron. Las fotos que quedan son el eco de su esplendor y fragancia. Por eso colecciono cientos de imágenes en mi móvil, tesoros que guardan una intención especial.
En aquel grueso libro de fotos repasé el microcosmos de las pasadas décadas. Vi a mis abuelos y a mis padres cuando eran jóvenes. El padre de la foto era muy enérgico y en la madre destacaba una sonrisa brillante. Esas luces y esas sombras acentuadas por el blanco y negro registran nuestros recuerdos.