V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Algo que contar

Marta Rojo Cervera, 14 años

                 Colegio IALE (Valencia)  

Ainhoa abrió la puerta del despacho de un tirón y entró, pasando por alto las miradas de censura del presidente y el secretario de TeleHoy.

-¿Cómo va esa entrevista? –preguntó con sequedad el director, antes de que ella estuviera frente a su mesa.

-Con todos mis respetos –contestó Ainhoa, resoplando-: ¡ese tío es un desastre! ¿A quién se le ocurrió la genial idea de traer a este plató a un vulgar payaso? La audiencia bajará en picado en cuanto empecemos a emitir esta basura.

-¿No crees que la audiencia bajará más si no emitimos nada? –intervino el secretario–. Como padre de la genial idea, creo que a la cadena no le viene mal un poco de variedad. Además, ese hombre aparece en todos los periódicos como el tipo más gracioso de la ciudad. ¡Algo podrá aportar! –y se giró, indicando que daba por terminada la conversación.

Sin embargo, Ainhoa no estaba dispuesta a dejarse ganar tan fácilmente.

-No dudaría del interés si el entrevistado abriera la boca Será un buen payaso, pero no me hace gracia ninguna. No ha dicho nada desde que ha llegado.

-Ya está bien de tonterías, chiquilla –cortó el director–. Acaba tu trabajo, que para eso estás aquí, y deja de quejarte.

Ainhoa suspiró:

-El mundo de la televisión no es un camino de rosas... Sí, ya lo sé.

Se dio la vuelta y se fue sin despedirse, con la idea de convertir el programa de esa noche en un nuevo éxito de TeleHoy.

***

Joaquín del Pino, más conocido en los circos de toda Europa como “Bolita”, era un hombre bajito y rechoncho que hacía mucho, muchísimo tiempo, había empezado a ser valorado en el ámbito del espectáculo. Aun con ese brillante currículum, era incapaz de hablar en público. Ahora, con las cámaras enfocándole, solo tenía un deseo: salir corriendo del plató y dejar a su público sin entrevista. “Bolita” tenía miedo escénico.

Unos pasos suaves interrumpieron sus pensamientos. Ainhoa se sentó a su lado y el payaso, instintivamente, se reclinó en el asiento, nervioso.

-No voy a comerte– rió ella.

-Aún no entiendo por qué estoy aquí –le confesó.

Ainhoa suspiró y levantó una ceja.

-Estás aquí por lo mismo que yo: los dos amamos nuestro trabajo, ¿no te parece?

Joaquín asintió

-Yo hago el sacrificio de quedarme hasta la una de la mañana porque me gusta ver como acaba mi programa -prosiguió la entrevistadora-, mientras tú te has tomado la molestia de venir para que te acribillemos a preguntas.

“Bolita” bajó la cabeza, pensativo ¿Se enorgullecía de su trabajo? Nunca, desde que empezó a actuar en unl circo de su pueblo, había sentido la necesidad de preguntárselo. Su profesión le había elegido a él: desde pequeño había admirado el mundo del espectáculo. Punto. Eso era todo lo que sabía.

De nuevo miró a la mujer.

-Pero lo que creo que no entiendes, es que hay miles de personas al otro lado de esa cámara que están esperando tu mensaje. Piensa en todos los niños, con sus padres, que han visto tus actuaciones a lo largo de los últimos años. Ellos te admiran: te ven como a un ídolo –hizo una pausa–. Solo quiero pedirte que todo lo que has pensado desde que has llegado, todos tus recuerdos, lo que has sentido..., quiero que se lo cuentes a ellos -señaló a la cámara.

***

Escondida tras el decorado del plató, Ainhoa escuchaba con atención las palabras del entrevistado. El programa casi estaba terminando y las estadísticas decían que más de cinco millones de españoles lo estaban viendo y escuchando al mismo tiempo. Fascinada y pendiente de las palabras de Joaquín, casi no se dio cuenta de la última pregunta de la entrevista.

-¿Tienen algún mensaje para todos los que nos están viendo?

-Me gustaría decirles que esta noche he aprendido una lección –dijo el payaso sin dudar–. No debemos tener miedo de hablar, de expresar nuestros pensamientos, nuestra opinión. Todos tenemos algo que contar –respiró hondo–. Mi consejo es que mantengamos la cabeza bien alta para ennorgullecernos de nuestros aciertos y aprender de nuestros fallos. Al fin y al cabo, por ellos hemos llegado a ser lo que somos, quienes somos –inclinó la cabeza y sonrió–. Gracias.

Se apagaron las luces y Ainhoa abrazó con gratitud al payaso.