III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

¿Amiga o enemiga?

Cristina Puerta, 15 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

    Aunque son altas horas de la madrugada, Cristina sigue despierta. No puede olvidar las últimas palabras que Álvaro le ha dedicado. “Sueña con los angelitos,” ha dicho después de una larga conversación telefónica, “es decir, conmigo.” Siente que su oreja está ardiendo, han hablado por teléfono más de tres horas, y si su padre no se hubiera levantado tantas veces a comprobar si seguía hablando, con amenazas sobre la fiesta del viernes, hubieran platicado toda la noche.

    Está tumbada en la cama, embobada, observando en la pared unas pequeñas rayas de luz. Aquellas que la persiana mal bajada deja pasar desde la calle fría. Recuerda la conversación con Álvaro, cada expresión, cada silencio, y de vez en cuando se le escapa una sonrisa imposible de controlar.

    Sus amigas decían que estaban hechos el uno para el otro y ella se lo empezaba a creer. Hacía ocho años que le conocía y desde el primer momento sintió que les ligaba una atracción especial. Durante esos años, habían ocurrido innumerables sucesos; incluso llegaron a salir juntos, pero aquello no funcionó, probablemente por falta de madurez. Aún así, mantenían una sincera amistad, pero al compartir tantos recuerdos, a Cristina le costaba hacerse a la idea de que sólo podían ser amigos.

    Algunos días tenían fuertes peleas, otros las conversaciones eran tan tiernas que no querían colgar. Había temporadas en las que hablaban todos los días y otras en las que sólo lo hacían una vez al mes. Últimamente conversaban mucho y le costaba trabajo convencerse de su situación de amigos.

    Estas dudas la inquietaban hasta el punto de quitarle el sueño. Estaba muy ilusionada y desesperanzada a la vez. En ocasiones, Álvaro le daba señales de que sentía algo muy especial, algo más que amistad, pero acto seguido le hablaba sobre Carolina, la niña de la que, según decía, estaba enamoradísimo. Cristina deseaba que no se lo contara, pero no podía hacer nada al respecto, ya que si se lo hacía saber, se daría cuenta de sus sentimientos.

    Ayer por la noche, le comentó que había notado en Carolina cierto comportamiento que le llevaba a pensar que estaba enamorada de él. Cristina quedó callada, no supo que decir, estaba molesta.

    -Cris, ¿sigues ahí?- le susurró.

    -Sí, sí, perdona... Estaba mirando la hora- mintió.

    Le preguntó entonces que por qué no le expresaba a Carolina sus sentimientos. Álvaro respondió que no quería precipitarse.

    Estaba más que harta de aquella situación y decidió confesar a Álvaro toda la verdad.

    -Escucha, hay algo que debes saber -se refugió en su esquina favorita de la cocina para hablar con él. Allí nadie le molestaba y podía hablar tranquila-. Creo que estoy enamorada de ti.

    Álvaro enmudeció. Cristina supuso que estaba asustado y prefirió no pronunciar una palabra más. Se despidieron.

    Esta mañana, Cristina ha llegado al colegio sin poder contener la conmoción de lo acontecido y se lo he contado todo a sus amigas. Estaban atónitas, boquiabiertas, intentando consolarle con la mirada. Como cada día, después del colegio, se ha subido en la ruta. Al ser primer día de la semana, se baja en una parada distinta a la habitual. El autobús aminoró la marcha al llegar a la glorieta y se detuvo por completo en la esquina que formaban la calle ancha por la que descendía el autobús y una calle estrecha en la que sólo había tiendas de ropa.

    De vez en cuando, Álvaro esperaba a su madre en esa esquina y alguna vez le había visto desde el autobús. Esta tarde, avergonzada por las últimas palabras que tuvo con él, deseaba, por primera vez en su vida que no estuviera. Le dio miedo mirar y salió del autobús con los ojos clavados en el suelo. Inevitablemente encontró unas zapatillas deportivas inconfundibles. Ella y Álvaro se miraron. Crsitina bajó la cabeza y él acarició su barbilla suavemente, obligándole a mirarle a los ojos.

    -Te he estado esperando.

    Se puso muy nerviosa. Le temblaban las piernas y el corazón le latía tan fuerte que pensaba que en cualquier momento saldría disparado.

    -Me he pasado toda la noche pensando en ti –continuó-. Ayer fui un cobarde, me asusté y no tuve el valor para decirte lo que siento de verdad. Carolina eres tú.

    La sorpresa de Cristina fue aún mayor al oír esto. Quiso decir algo, pero los nervios le impedían hablar.

    -Te quiero -dijo Álvaro alto y claro, sosteniendo su mano y mirándome a los ojos.

    Esta madrugada, con una felicidad incontenible, se encuentra Cristina en su habitación, intentando, con pocos resultados, conciliar el sueño. En dos horas se enfrentará a la realidad.

    ¡Menudo día le espera!