I Edición
Curso 2004 - 2005
Amistad
Guillermo Rodríguez del Valls, 17 años
Colegio Virgen de Atocha, Madrid
<<Noche oscura que iluminas mi alma y serenas mi espíritu, aclara mis dudas y purga mi ser. ¿Por qué es tan difícil en ésta sociedad que me ha tocado vivir, hacer lo correcto sin herir a nadie?>>. Andy seguía llorando, sentado a oscuras en el suelo de su habitación, destrozado por los sucesos acaecidos durante ese largo día.
Aquella mañana se despertó, como todos los días, herido su sueño por el agudo sonido del despertador.
-¡Qué buena cara tengo hoy! -se dijo al contemplar su rostro en el espejo del baño.
Cogió su abrigo y su mochila y salió a la calle a esperar el autobús. El aire era muy frío y el cielo estaba completamente despejado. El sol aún quedaba tapado por los edificios que moldeaban el horizonte de la gran ciudad. En la parada del autobús se encontró con Bastién, su mejor amigo.
-Hola. Hoy llegas más tarde de lo habitual -dijo Bastién.
-Me entretuve secándome el pelo.
-¡Calla!, que viene el autobús.
Aquella mañana el autobús no iba especialmente cargado. Incluso, quedaba algún asiento libre. Pero Andy y Bastién decidieron no sentarse. Se dirigieron a la puerta trasera para bajar tranquilamente al llegar a su destino.
Entraron al aula con el tiempo justo. Dejaron la mochila y comenzaron a hablar con Jorge y Tatiana. Pero entró el profesor de Inglés, lo que les obligó a sentarse y sacar sus libros. La clase transcurrió lenta y plomiza, pues las primeras clases de los lunes siempre son insufribles.
Por fin, tras la agónica trilogía del principio de la mañana, llegó el recreo: treinta minutos de esparcimiento que Andy y Bastién dedicaban a comer un bocadillo en la cafetería y a charlar con Jorge y Tatiana. Bastién se marchó cinco minutos antes camino del servicio. Andy comenzaba a sospechar de ese extraño comportamiento que venía repitiéndose en los últimos días y decidió seguirle. Sabía que espiar no era lo correcto con un amigo, pero a veces los amigos deben protegerse de ellos mismos.
Al entrar al servicio, Andy descubrió que sus sospechas eran ciertas: Bastién se encontraba arrodillado, devolviendo en la taza del váter. En las últimas semanas había estado perdiendo peso; además su comportamiento se había trastocado, y los amigos siempre se percatan de esas cosas.
-¿Qué haces vomitando? --preguntó Andy.
-Es que me ha sentado mal el bocadillo.
-¡No mientas! Vienes haciendo esto desde hace semanas.
-Tu no lo comprendes.
-¿Qué es lo que no comprendo? No necesitas vomitar; no estás gordo. Además, estás destrozando tu salud.
-¿Que no estoy gordo? Tú qué sabrás cómo estoy. Siempre has sido delgado; nunca lo comprenderías.
-¡Pero, qué dices! Somos amigos, si tienes algún problema deberías decírmelo y no actuar de una manera tan inconsciente.
-No se lo digas a nadie. Si somos amigos, debes guardarme el secreto.
-Necesitas ayuda.
-Si dices algo a alguien nuestra amistad queda rota, ya lo sabes.
Y Bastién salió del baño sin mirar a Andy.
El resto de la mañana pasó en un pestañeo. Al acabar la última hora, Bastién abandonó la clase a toda velocidad sin dar oportunidad a Andy de seguirlo para hablar con él.
<<Iré andando a casa>>, se dijo Andy mientras pasaba por delante de la parada del autobús, <<así se me despejará la mente>>. Pero los pensamientos le llevaban de nuevo a Bastién y su problema. <<¿Por que lo hará? Es cierto que cuando era más pequeño estaba rellenito, pero ahora, desde que pegó el estirón... No lo comprendo. Yo solo quiero ayudarle, pero cómo. ¿Qué debo hacer, decírselo a alguien, a mis padres, a los suyos...? ¡Ah! Tengo que hablar con él>>.
Cuando quiso darse cuenta, ya había llegado a su casa. No pronunció palabra durante la comida. Su mente daba vueltas, pero no sacaba nada en claro. Al terminar el postre, cogió el teléfono inalámbrico y se encerró en su habitación. Tardó cinco minutos en hacer acopio de valor para marcar el número y otros tantos en relajarse y pulsar el botón de llamada.
-Dime, ¿qué quieres? –le saludó Bastién.
-Tenemos que hablar.
-¿Hablar?, de qué.
-Ya lo sabes. ¿Me puedo pasar por tu casa?
-Haz lo que quieras. Siempre lo haces.
Andy bajó a la calle, recorrió los escasos metros que distanciaban su portal del de Bastién y subió hasta la puerta del apartamento. Los segundos que transcurrieron mientras pensaba cómo abordar el tema en el descansillo del tercer piso se le hicieron eternos. En el umbral apareció la figura de su amigo.
-Vamos, entra. No te quedes en la puerta -le dijo Bastién.
La habitación de su amigo era amplia. En la pared del fondo estaba la mesa del ordenador, con la televisión, el ordenador y el DVD. Andy cerró la puerta.
-¿Qué tal estás? -preguntó- ¿Has comido?
-Pues claro. ¿Estás tonto, o qué?
-Sólo preguntaba.
-¿Qué es lo que querías?
-Que me expliques por qué haces "eso", para poder comprenderlo.
-¿Vomitar? Para no engordar, está claro. No le hago daño a nadie.
-Te haces daño a ti mismo, ¿te parece poco?
-No me mires así. No vomito todos los días; sólo cuando veo que lo necesito. Cuando me pongo nervioso me entran ansias que solo calmo comiendo. No quiero adelgazar, lo único es no engordar.
-Pues si no quieres engordar hay otras maneras.
-Ya lo sé, pero no puedo. Me entra el ansia y empiezo a comer y comer. Da igual lo que sea: como hasta hartarme. Cuando ya me he calmado y pienso en lo que acabo de hacer, me vuelvo a angustiar. Entonces el único remedio que encuentro es vomitarlo todo.
-Igual deberías decírselo a tus padres e ir al psicólogo para que te ayude con lo del ansia.
Bastién fulminó a Andy con la mirada.
-¿Te has vuelto loco? ¿Qué quieres, que la gene se ría de mí o piense que soy un pirado?
-Nadie pensaría eso.
- Sabes que sí.
-Y que más da lo que piense la gente. Sólo céntrate en lo que es más importante para ti, en lo que piensen tu familia y tus amigos que te quieren y sólo buscan ayudarte.
-Bueno, déjalo ya. ¿Echamos unas partiditas al Counter?
-Vale, aunque no te creas que se me va a olvidar.
Andy y Bastién pasaron el resto de la tarde jugando al ordenador, intentando evitar aquel tema espinoso. Pero cuando entró la madre de Bastién en la habitación con unas tazas de Cola Cao y unos panecillos de leche para la merienda, el ambiente se tensó por momentos. Antes de irse, Andy determinó decirle una última cosa a su amigo:
-Bastién, sigo pensando que deberías decírselo a tus padres.
-¡Que no! No insistas. Y lo que te dije esta mañana sigue en pie. Nunca te perdonaría que lo contaras. Hasta mañana Andrew.
-Hasta mañana, y no me llames Andrew.
Cuando llegó a casa, Andy había perdido todo el apetito. Se marcho a su dormitorio a reflexionar: <<Noche oscura que iluminas mi alma y serenas mi espíritu, aclara mis dudas y purga mi ser. ¿Por qué es tan difícil en ésta sociedad que me ha tocado vivir, hacer lo correcto sin herir a nadie?>>.
A los pocos minutos, lo tenía decidido. Tenía claro lo que iba a hacer. Todo por un amigo.