V Edición
Curso 2008 - 2009
Amor, lucha y esperanza
Eva Martín Cabello, 16 años
Escuela Zalima (Córdoba)
Él caminaba y caminaba, pero siempre en círculo, como si compitiera conmigo mismo en un juego en el que perdería si se salía de esas cinco baldosas y media. Le veía todos los días al llegar a mi casa. Días, meses y años, lloviera o nevase, aquel anciano nunca faltaba a su cita con aquella esquina.
-A ese hombre la casa no se le cae encima! -bromeé.
-Está loco. Es muy conocido por todo el barrio. Siempre que paso por aquí, lo veo -me aseguró un taxista que me llevaba de vuelta a casa.
Una tarde de lluvia me aventuré a preguntarle la razón de su presencia infatigable en el mismo lugar. Me miró fijamente y sacó de un bolsillo una vieja foto en blanco y negro, en la que, con dificultad, se reconocía la silueta de una joven sonriente acompañada de él mismo, pero con algunos años menos.
-Si te curzas con ella, ¿le puedes decir dónde estoy? -me rogó.
No me dio tiempo a responder cuando se adelantó a decirme, acariciando suavemente aquel papel:
-En esta esquina nos conocimos. Si algún día se despierta y su corazón se pregunta en qué lugar del mundo estoy, vendrá aquí, estoy seguro.
-Lo que dice no tiene sentido -en efecto, pensé que estaba loco.
Sonrió. Noté cómo me hablaban sus ojos.
-Un día conocí lo que es el amor y toda su fuerza. Por ello, mientras haya amor en mí, seguiré incansablemente esperándola en esta misma esquina, un día tras otro, luchando por lo que amo, por que la esperanza y la lucha van de la mano. Si una de las dos se pierde, entonces, ni mi amor ni nada tendrá sentido.
De camino a mi casa, sus palabras resonaban en mi cabeza. ¿Es posible el amor sin lucha o sin esperanza? Y la esperanza, ¿es posible sin amor ni lucha? Y la lucha, ¿sin amor o sin esperanza?
El amor del viejo se fortalecía cada día con esa lucha y esperanza por recuperarla, y viceversa, demostrando que el que lucha animosamente por lo que quiere, conquista el sentido necesario para vivir.