I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Annabelle

Paula Melgar, 14 años

                 Colegio Parque, Galapagar (Madrid)  

     Me desperté confusa. Todo a mí alrededor era borroso. Intenté acostumbrar mis ojos a la extraña luz que había en aquel cuarto, pero mis esfuerzos fueron en vano.

     Apenas recordaba nada de lo que me había ocurrido, ni qué día era, ni dónde estaba, ni siquiera me acordaba de mi nombre. No reconocí la estancia en la que estaba, ni siquiera cuando empecé a ver con más nitidez. El color de la habitación me ponía nerviosa.

     Había una mesilla blanca junto a la cama en la que yo estaba tumbada. Sobre ella se encontraba un teléfono, un vaso de agua y una caja de pañuelos de papel, pero nada de eso me resultaba familiar. Al igual que los demás objetos del cuarto, como los cuadros, que eran muy bonitos y representaban frutas y paisajes, todos pintados con colores que inspiraban tranquilidad.

     Me giré de nuevo hacia la mesilla y agarré con manos temblorosas el vaso de agua, pero al ver mis manos me di cuenta de que no sabía si realmente eran mías o no, pues apenas recordaba mi aspecto, y eso me ponía aún más nerviosa. Intenté gritar, pero ningún sonido salió de mi boca. Quizás también se me hubiese olvidado hablar.

     De repente, un murmullo me sobresaltó. Me giré hacia donde creí haberlo oído y vi a una muchacha dormida en un sillón, al fondo del cuarto. El pelo le caía sobre la cara. Era castaño, mas no cubría del todo su rostro. Pude distinguir sus rojas mejillas. Tenía una bonita boca. Me fijé en su vestido azul, que resaltaba el color de sus mejillas.

     Se la notaba cansada y, por algún motivo, debía estar ahí, en la misma habitación que yo, junto a mi cama, esperando mi despertar. Alargué la mano y toqué la suya, simplemente para recordar qué se sentía al tocar a alguien, y también porque un impulsó me obligó a hacerlo. Su mano estaba fría y era suave como la seda. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando la chica empezó a moverse. Se despertó.

     Me miró con asombro. Sus ojos estaban cansados, con sueño y también distinguí en ellos una chispa de miedo. Sonreí para darle ánimos, pero no sirvió de nada. Se puso a llorar y se lanzó a mis brazos. Recordé entonces cómo es un abrazo y me sentí mal al no saber si abrazarla yo también.

Cuando la chica dejó de llorar, creí oportuno preguntar por qué estaba allí, quién era ella y quién era yo. Sentí de nuevo un escalofrío al escuchar mi voz, que se perdió en los sollozos nerviosos de la muchacha. Mi voz era pesada, me resbalaban las palabras pero aún así se pudo notar que estaba confusa, muy confusa.

     -No... ¿no te acuerdas? -las lágrimas volvieron a asomar.

Intentaba tragárselas y seguir hablando, pero el llanto solo le permitía pronunciar palabras entrecortadas. Pasó un rato hasta que se tranquilizó y pudo hablar de nuevo. Me miró y dijo sosteniendo la voz:

     -Mamá..., soy tu hija. ¿No te acuerdas de mí? -volvieron los sollozos, pero los retuvo y continuó-. El accidente... Yo estaba allí... Tú fuiste... -no pudo continuar.

     De repente recordé el nombre de aquella pequeña niña que hace quince años sostuve por primera vez en mis brazos, <<Annabelle>>, dije entonces. Empezaron a pasar por mi mente numerosos recuerdos. Me veía a mi misma de pequeña, con mis padres. Me vi el día que conocí al hombre que me enamoró. Años después tuvimos una niña, esa niña que ahora era casi una mujer y estaba junto a mí, llorando.

     Volvieron las ráfagas de recuerdos, me acordé de los juegos, de los cuentos que le conté a Annabelle, incluso la tristeza inundó mi corazón al recodar su cara cuando le dije que su padre había fallecido.

     Continuamente me acordaba de mi niñez y de los progresos de mi vida; también se intercalaban algunas de aquellas situaciones de agonía que se te quedan grabadas tanto en la cabeza como en el corazón. Fue una mezcla de sensaciones, recuerdos y pensamientos.

     Todos los recuerdos se agolpaban en mi cabeza: las risas, los llantos, los consejos, las opiniones... Recordé mi aspecto físico, mis preferencias y mi vida.

     Entonces recordé lo ultimo que había en mi memoria, el accidente. Ella, Annabelle, estaba en medio de la carretera. Las imágenes pasaban ante mí como si fuesen parte de una película en la que yo no intervenía.

     El coche se acercaba a gran velocidad. Vi cómo el conductor no podía parar; los frenos no le respondían. La gente gritaba. Me vi saltando hacia ella, apartándola de la carretera. El coche se acercaba, los frenos chirriaban. Y luego, oscuridad.

     Volví a la realidad. Ahora sabía que la podía abrazar y lo hice. Volví a experimentar todo lo que había sentido al recordar mi vida entera. La miré, me devolvió la mirada. Ahora no lloraba, pero tenía los ojos rojos.

     Ella era mi niña, mi hija, a la que di la vida y luego se la salvé. Haría cualquier cosa por ella. Me había devuelto ahora mi vida, mis recuerdos, simplemente con haberle dicho que era mi hija, la pequeña Annabelle.