V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Aquel primer amor

Belén Rabadán, 14 años

                Montespiño (La Coruña)  

Existe un momento, apenas dura el aleteo de una mariposa, donde todo se paraliza y sabes que basta una sola palabra, un levísimo movimiento para cambiar las cosas. Si no lo haces, todo continúa igual. Jamás vuelves a encontrar ese segundo capaz de paralizar el Universo y transformar tu vida.

-Gracias- susurró.

Él sí supo aprovechar ese pequeño momento. En cambio, yo no. Aún así, él consiguió transformar tanto mi vida como la suya.

Entonces nos miramos a los ojos y comprendimos que una vida entera no seria suficiente para demostrar cuánto nos queríamos. Nos miramos a los ojos y, sin palabras, nos dijimos cosas que no se las lleva el viento.

En aquel momento comprendí que aquello era amor: lo que sentía en aquel momento, aquella sed inextinguible, aquella profunda paz de espíritu y al mismo tiempo aquella inquietud incontrolable, aquella felicidad y aquel miedo. Aquello que sentía por primera vez.

Segundos, horas, días y meses transcurrieron a su lado. Era imposible que cada vez fuera mejor. Totalmente imposible. Tenía que haber una ley de la física que lo prohibiera. Seguramente había algún tipo de ley. La Ley de la Conservación de la Felicidad: no hay forma de añadir felicidad a la suma de la que hay en el Universo y tampoco se le puede restar. Y nosotros estábamos viviendo rápidamente la pequeña porción que nos correspondía.

Entonces me di cuenta de que el amor es un cuento que se va rellenando con sueños que se colocan sobre el rostro de alguien hasta que un día la bomba de nuestra propia fabulación estalla. Y a mí me acababa de estallar.

Entonces me pregunte si debería haberle dicho que sí que le necesitaba, que mi vida resultaba gris si él no estaba allí para pintarla con su sonrisa, que en aquellos meses me había acostumbrado a tenerlo tan cerca que ahora me sentía vacía, espantosamente vacía. Y me pregunte también si, de haberle confesado todo esto, habría cambiado algo las cosas.

Segundos, días, horas y meses transcurrieron lejos de el hasta que me di cuenta de que el tiempo había curado las heridas y entendí que, aun cuando parece que no hay más colores que el gris, merece la pena cambiar de paleta y seguir adelante. Y decidí hacerlo.

Entonces aquel primer amor quedo apartado en un pequeño rincón, en un pequeño espacio de mi mente que había protegido tras un muro para que los recuerdos no volviesen a salir. Entonces y sólo entonces quedó olvidado.