I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

¿Arte o tortura?

Alejandra Nieto, 16 años

                  Colegio Orvalle, Las Matas (Madrid)  

     He vivido rodeada por un grupo numeroso de familiares que adoraban la tauromaquia. Estuve muy influida por ellos durante un pequeño espacio de tiempo y, tal vez por haberlo vivido tan de cerca, estoy segura de la opinión que me he formado sobre las corridas de toros.

     Cuando era más pequeña, no dudaba en acercarme al ruedo que improvisaban en la plaza del pueblo para ver lo más cerca posible a mi animal preferido. Era la primera en emocionarme cuando la banda de música anunciaba la salida del toro a la arena. Pero mis sentimientos han cambiado. La admiración que siento hacia ese animal característico de España sigue intacto e, incluso, ha aumentado. Me parece una bestia magnífica y llena de majestuosidad, pero si para admirarla tengo que ir a alguno de esos

espectáculos, prefiero contentarme con fotos y grabados.

     La última vez que asistí a una corrida de toros fue, como otras veces, en el ya mencionado pueblo. Apenas duré diez minutos en la plaza, donde no sólo se dedicaban a la práctica común del toreo, sino también a otras que no quiero mencionar. Bajé llorando del tendido. La gente se compadecía de mí porque juzgaban que mis lágrimas se debían al miedo, pero nada más lejos de la realidad; lloraba por la rabia, la indignación y la pena que ese espectáculo me había producido.

     A partir de entonces discuto con todo aquel que se preste a defender el <<arte>> del toreo. No puedo entender a la gente que es capaz de pagar para disfrutar viendo cómo se maltrata a un animal. ¿Cómo se le puede tratar de forma tan salvaje sólo para que algunos se entretengan? ¿No sienten compasión al ver a un animal caer al suelo desangrado? Para más inri, pretenden hacer creer que ellos son los que más respetan al toro.

     No tengo duda de que los animales existen y de que los hombres estamos por encima de ellos, pero no para que los torturemos. De hecho, el maltrato de perros, por ejemplo, está penalizado y cada vez se piden sanciones más duras para quienes los cometen. No entiendo qué diferencia de dignidad hay entre un perro y el toro, y por qué el maltrato con uno está mal visto y con el otro se permite. Espero que alguna vez, como se ha hecho recientemente en Inglaterra al prohibir la caza del zorro, alguien se atreva a penalizar esta salvajada.

     Tenía reparos a que esta tradición cultural siempre hubiera sido así. Hace algunos años, no muchos, leí un artículo de Ernesto Jiménez Caballero en el que sostenía que en un principio la tradición había sido tan sólo el toreo por un hombre a caballo y que fue tras la Revolución francesa cuando se impuso esta visión de la fiesta. No poseo suficiente información sobre el tema, pero me gustaría poder asegurarlo. Sería la mejor manera de defender la tradición española y al toro, nuestro animal más representativo.