XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Asco

Daniela Salazar, 16 años

Colegio La Vall (Barcelona) 

A Sara se le revolvían las entrañas de solo pensar en el contacto físico, y, sin embargo, estaba siendo abrazada por él.

Trató de dejar la mente en blanco, pero no funcionó. Aquella escena le resultaba repugnante. Enrique la sujetaba suavemente, como si se tratara de una delicada muñeca de porcelana. Sara podía oír sus respiraciones y sus pieles habían entrado en contacto.

Asqueada e impotente le devolvió el abrazo con los ojos llenos de lágrimas. Se preguntaba cómo era posible que su cuerpo no reaccionara a sus pensamientos de rechazo. Le resultaba extraña la contradicción entre su corazón y su mente. Sara quería abrazarle fuertemente y, a la vez, apartarse de inmediato.

Se sintió fatal por Enrique. Mientras él solo tenía palabras bellas para ella, Sara le respondía interiormente con un «es asqueroso». Sabía que aunque él tuviera paciencia con ella y le insistiera en que no pasaba nada, en el fondo se sentía herido. Por eso hizo un esfuerzo para tratar de relajarse en sus brazos, pero no tuvo éxito. Como el llanto y la desesperación de Sara cobraron más fuerza, Enrique se vio obligado a separarse de ella.

—Lo siento mucho. Lo he intentado, de verdad —se disculpó, limpiándose las lágrimas con ambas manos.

Enrique le sonrió con dulzura y le acarició las manos sobre la tela de los guantes.

—Lo sé, princesa —susurró—. Te quiero mucho y eso no va a cambiar nunca. Lo sabes, ¿verdad? —. Sara agachó la cabeza con tristeza—. No es tu culpa, tranquila. Esperaré lo que haga falta y lo seguiremos intentando hasta que te curemos. La misofobia no podrá con nosotros, cielo.

Sara sonrió. A pesar de haberse sentido miserable y culpable momentos atrás, pensó que podría lograrlo si su padre estaba a su lado. De hecho, se sintió la persona más afortunada del mundo por tenerlo.