V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Atracón

María Álvarez Romero, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Tiró la maleta al suelo y se sentó precipitadamente, con el libro de Historia en las manos. No había estudiado absolutamente nada durante las dos semanas de preparación que le habían concedido en el instituto. Todo aquel tiempo lo había desaprovechado viendo la tele, vagueando en el sofá o divirtiéndose un rato con sus amigos. En aquel momento se arrepintió. Intentó tranquilizarse, respirando hondo varias veces. De aquel examen dependía su viaje de fin de curso. La advertencia de sus padres no era una simple amenaza.

Intentó recordar la materia del último trimestre. ¿La Colonización de América? No, eso lo estudió en octubre. ¿El golpe de Estado de 1981? No, aquello lo había visto en una serie de televisión.

Más nervioso que antes, al comprobar que ni siquiera recordaba la materia del examen, abrió el libro y lo devoró con los ojos. Hallazgos, personajes y fechas importantes del siglo XVIII fueron apareciendo ante sus ojos, a cada cual más desconocida. Clavó los codos sobre la mesa y se sujetó la cabeza, en un intento de conseguir centrarse y memorizar algún dato. Fue inútil; los nervios y el sentimiento de culpa no le dejaban pensar con claridad.

Abatido, observó por encima del hombro, temeroso de que sus padres se percatasen de que había mentido sobre la fecha de la prueba. Su mirada vagó hasta toparse con una fotografía. Sonrió, en ella aparecía su querido abuelo Carlos, con quien tan buenos ratos había pasado. Recordaba la anécdota que le contó sobre su madre cuando jugaba en el granero... Entonces, de repente recordó que Carlos III había dirigido muchas reformas, entre las cuales destacaban las de la agricultura. Contento de haber conseguido memorizar aquel dato, buscó más relaciones entre la materia de estudio y su propia vida: la Ilustración la relacionó con unos libros de viñetas que le habían prestado; la Independencia de EE.UU., con su amigo de 18 años que se había ido a estudiar inglés a América. Y, por supuesto, la Revolución Francesa con el teatro en el que había representado a Napoleón.

Así transcurrieron las horas, más rápido de lo que a él le hubiese gustado, entre lecturas, memorizaciones y nervios. Finalmente le venció el sueño y cayó rendido sobre sus libros.

Al día siguiente, tras leer varias veces el examen y recordar algunos momentos de su vida, respondió a las preguntas. Salió el último del aula, más nervioso que cuando entró. Había suspendido, de eso estaba seguro. Podía despedirse de su viaje de fin de curso. Pero, a cambio, había aprendido la lección: jamás volvería a dejar nada para el último momento.