XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Atrapado en pañales 

Diego Zatarain Olivas, 18 años

Colegio Campogrande (Hermosillo, México)

Le llamaban Juanito Juan y tenía dieciséis años. Cuando fue a casa de su abuela para participar en la habitual reunión de los sábados, se encontró con que ni ella ni el surtido de tíos, primos y amigos estaban allí. Se encontró abierta la puerta que daba a la calle y le sorprendió que no hubiera música. 

Con algo de miedo pasó al interior y paseó por las habitaciones, sin encontrarse con ningún familiar. Probó a telefonear a algunos de los que solían acercarse al encuentro sabatino, pero nadie respondió a sus llamadas. Entonces se acercó a las casas del vecindario, donde no encontró respuesta que resolviera el misterio de aquella ausencia. 

Llamó a la policía, pero tampoco los policías que se acercaron al lugar para abrir un atestado supieron qué decirle. 

Cuando cayó la noche, Juanito Juan se acostó en un sofá, confundido ante aquella inesperada soledad. Rápidamente su dolor cambió a miedo, pues escuchó en el piso superior una suma de balbuceos, toses, grititos, hipos, lloriqueos y gugugas, que le provocaron una inmensa curiosidad. 

Sin otra cosa que hacer más que ahogarse en sus lamentos, Juanito decidió echar un ojo al cuarto de donde provenían los ruidos. Para su asombro, en la sala descubrió un montón de niños separados en grupos. Unos jugaban destripando los VHS de Star Wars, Casablanca y Ciudadano Kane; otros estaban absortos en llantos terribles, ensordecedores. Harto de tanto ruido, Juan se les acercó para tratar de calmarlos. Entonces se quedó sin habla, pues en sus caras vislumbró los rasgos de su abuela, sus tíos, primos, padrinos, tíos de padrinos… Incrédulo corrió a examinar al otro grupo de niños, que también se parecían a los que normalmente acudían a la casa. 

Desde ese entonces Juanito Juan fue conocido como “el niñero”, por ser la única persona con la voluntad de cuidar a tantos pequeñines. 

Varios aniversarios más adelante, convocó una cita para buscar un buen hogar para aquella colección de niños y, así, quitárselos de encima. Al llegar los invitados, empezó a sentir cambios: sus sentidos nublados por el vitoreo de los niños y la preocupación de encontrarles unos padres adoptivos se concentraron en Gerber, alimento para pequeños, y leche La Ubre. Notó que los instintos se le iban transformando en querencias animales. Quizás por eso le robó un chupete a uno de sus primos, mientras los convidados le seguían por la casa. 

Juanito se acostó en el piso y rompió a berrinchar, y cuando menos lo esperaba, su pecho, piernas y brazos se hicieron pequeños y blandos, al tiempo que su cabeza se redondeaba y empequeñecía segundo a segundo. Se descubrió cubierto solo por un pañal. Su altura se había reducido varios pies. Entonces se dio cuenta de los invitados había sido remplazados por docenas de bebés. 

Días después, alertado por las lágrimas, entró en la casa un vecino, sin saber que iba a continuar el cruel e interminable ciclo.