III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Aventura pirata

Gabriella Chirivella, 17 años

                 Escuela Pineda (Barcelona)  

    Santi era un travieso niño de siete años al que le gustaban mucho las historias de piratas. En el coche, de camino al colegio, le pedía a su madre que le contara alguna aventura del capitán Risco, su pirata favorito. Su madre era muy buena narrando esta clase cuentos y a Santi le gustaba especialmente cuando ella relataba las peleas entre Risco y el almirante Arrecife, el peor enemigo de su admirado pirata.

    Santi solía imaginar que era el capitán Atkis, gran amigo del capitán Risco, y que lo ayudaba a luchar contra el almirante. Soñaba despierto con las batallas navales que aprendió a describir muy bien, ya que cada vez que en algún cuento leía una palabra que no entendía, buscaba en el diccionario para ver si se trataba de algún aparejo de barco o un elemento de la vestimenta propia de los piratas.

    En un instante surcaba el mar, rápido como el viento. Atkis navegaba en su barco “Mantarraya” y Risco en el suyo, “Ballena Azul”. Cortaban las olas, yendo a toda vela, felices por el botín que acababan de arrebatarles a tres goletas cerca de Puerto Marino, la base de la Marina Real. Era arriesgado atacar en una zona donde era fácil que fueran capturados, pero a ambos les encantaba el peligro. Sabían que tentar al almirante Arrecife a que saliese de su lujoso fortín a perseguirlos, podía considerarse el summun del peligro.

    Por el momento navegaban libres y tranquilos, sin que se viese ninguna embarcación y menos aún al despreciable “Neblina”. Pero, justo entonces, una nube cubrió el sol y apareció por el horizonte el galeón enemigo, ondeando orgulloso el emblema de la Marina Real.

    Atkis comenzó a preparar a sus hombres para la defensa. Su bergantín era rápido, pero también lo era el navío de Arrecife; era muy probable que lo alcanzara en poco tiempo.

    -¡Desplegad las velas del trinquete! –ordenó a unos marineros que, inmediatamente, se dirigieron a proa.

    El capitán tomó su catalejo y a través de él alcanzó a ver que el “Neblina” preparaba sus cañones. El golpe de una ola le obligó a tambalearse mientras avanzaba hacia popa, desde donde hizo señas a los tripulantes del “Ballena Azul”, que se encontraba un par de millas por detrás de ellos, para que siguieran sus indicaciones.

    El navío del capitán Risco, que llevaba menos cargamento, pronto alcanzó su altura. Arrecife aún estaba lejos, lo que sugirió un plan a Atkis.

    -¡Risco! –le llamó- ¡Fíjate bien! Sólo nos faltan unas cuatro o cinco millas para llegar al estrecho entre Isla de los Huesos y Cabo Negro. Si seguimos a esta velocidad, podemos llegar allí antes de que Arrecife nos alcance y nos ataque. El estrecho es poco profundo y la quilla de su galeón es más larga, así que tendrá que rodear la isla, lo que nos dará una buena ventaja.

-¡Buen plan, Atkis! –le felicitó su amigo- Sin embargo, no basta confiar en la velocidad de nuestros bergantines y sus velas. Tenemos que aligerar peso. Deshazte de dos barriles de pólvora.

    Los marineros sacaron los barriles de las bodegas y los lanzaron por la borda. Ambas embarcaciones consiguieron más velocidad, pero no la suficiente, pues el barco del almirante se acercaba cada vez más.

    <<No lo conseguiremos>>, pensó Atkis.

    Arrecife estaba peligrosamente cerca; incluso, podían oír cómo sus hombres cargaban los cañones.

    -Vamos, vamos... ¡Tenemos que llegar al estrecho!

    La situación era realmente preocupante.

    Arrecife dio la orden.

    -¡Fuego!

    Los cañones dispararon…

* * *

    -Santiago, ¡presta atención! –el chico dio un respingo.

    -Sí, señorita… Nos veremos más tarde, Risco… -dijo en un susurro.