III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Barreras

Pilar Soldado, 14 años

                Colegio Entreolivos (Sevilla)  

       Las grandes ciudades están repletas de obstáculos para las personas que tienen dificultad de movilidad. Parece un contrasentido que, en la era de la alta tecnología, bebés, ancianos e impedidos físicos se las vean y deseen para avanzar por cualquier calle, por más que encontremos algunas excepciones, como sillas eléctricas en algunos portales, rampas en los supermercados y bolardos para que los coches no nos aparquen sobre la cabeza

       Pero, en este artículo, quisiera hablarles de otro tipo de barreras que se encuentran en Sevilla y no sé, si en algunas ciudades más.

       En Sevilla, durante la Semana Santa, el Ayuntamiento instala altos paneles de madera blanca para separar los palcos del resto de la calle, formando recintos cerrados para que algunos privilegiados contemplen mejor los pasos. Por ejemplo, en la plaza de San Francisco ocupan casi toda la visibilidad hasta casi el extremo de la glorieta, que es desde donde el pueblo llano puede contemplar a sus vírgenes y a sus cristos.

       En realidad, este sistema no tiene sentido, pues la Semana Santa es una fiesta para todos, y no creo que deban reservarse unos lugares para determinadas personas privilegiadas. Porque, además de que los palcos cuestan mucho dinero (he leído que hasta 600 € la butaca), impiden que las demás personas puedan admirar la procesión, pues sólo alcanzan a ver los capirotes de algunos nazarenos y la mitad del paso.

       También hay personas (adolescentes los que más) que se apoyan y suben a los paneles para contemplar la procesión. Entonces entra en juego la policía municipal, que les obliga a bajar.

       Se puede argumental que quedan muchas calles por las que pasa la procesión y no hay palcos, y que allí si se pueden admirar sin problemas. Pero en esas callejas se acumulan tantos espectadores que tampoco es fácil verlos. Por eso muchos ciudadanos nos dirigimos a las grandes plazas, pero es allí donde nos llevamos tan desagradable sorpresa.

       Ojalá que muchas personas protesten al Ayuntamiento, para que el año que viene las procesiones sean una fiesta pública. Y si las cosas no cambian, la próxima Semana Santa terminaré subiéndome a los árboles.