I Edición
Curso 2004 - 2005
Benedicto XVI y la alegría
Laura Indart, 16 años
Colegio Miravalles, Pamplona
Hace pocos días que tenemos Papa. Y…, ¡cuánto le queremos! Desde el momento en el que Benedicto XVI salió al balcón a saludarnos, sentí que no podía ser otro el elegido. Me siento muy feliz.
Cuando cambié de canal tras retirarse el Papa de la ventana, vi a un hombre hablando de él en uno de esos programas donde airean los trapos sucios de la gente. No sé con qué intención lo hizo ni le voy a juzgar, supongo que no sabía mucho sobre la Iglesia, que parece lo más probable, ya que comenzó diciendo que nunca ha estado de acuerdo con la existencia de los Papas. Hasta aquí todo bien, ya que cada cual tiene sus propias opiniones, pero me fastidió cuando dijo algo así como: “espero que este Papa acepte a esos jóvenes que seguían al anterior y se dé cuenta de que cuando le escuchaban, no entendían aquello que les decía. La Iglesia no necesita normas ni dogmas, sino un poco de humanidad”.
¡Un poco de humanidad! Y se quedó tan pancho... La Iglesia es la que más ayuda presta a los pobres y la que no permite que se menosprecie a los ancianos. Desde luego, es más humano cuidar de un enfermo que acabar con él con una inyección. Tal vez la humanidad que pedía aquel comentarista de la televisión no sea más que egoísmo. Yo no quiero aprender esa humanidad tan falsa.
Juan Pablo II era muy listo y a veces decía cosas que nos desconcertaban, pero nosotros, los jóvenes, le entendíamos muy bien porque cuando se va con la verdad por delante, te acabas haciendo entender a la perfección. Otra cuestión es que él nos dijera aquello que no escuchamos habitualmente y por eso nos cuesta más comprenderlo. Gracias a él, a mis dieciséis años me he dado cuenta de que, si queremos ser un poco humanos, nos conviene seguir unas normas.
¡Qué contenta me siento al estar ayudada –que no obligada- por los consejos y normas que vienen de mis padres, de mis profesores, de mis familiares y de la Iglesia! Los jóvenes tenemos tanta libertad que hemos perdido algo de orientación y un poco de nuestra natural alegría. Necesitamos que nos ayuden, porque solos no podemos seguir adelante sin salirnos del camino. Me siento muy feliz de que, quienes nos quieren no nos suelten de la mano, aunque esto suponga más de una contradicción que debemos asimilar con paciencia y alegría.
Muchos jóvenes que conozco son gente triste. Se sienten sin el arropo del cariño. Suele coincidir en estos chicos y chicas que viven sin normas. Tanta supuesta libertad, les ha hecho perder su humanidad. Otros, sin embargo, se someten libremente a algunos principios y contentos, contagiando su alegría.
La Iglesia nos hace un gran bien cuando nos enseña, cuando nos muestra la verdad. Ojalá más instituciones lo hicieran. Así que espero que Benedicto XVI continúe en su empeño de llevarnos a lo verdadero, sin dejarnos a la deriva.