X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Bienvenida a América

Antonio Beltrán de Santa-Olalla, 17 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

La joven no conseguía esquivar la mirada del policía. El sudor le resbalaba por las mejillas al tiempo que le recorría un escalofrío y el estómago se le anudaba. Cada vez estaba más cerca de la mesa donde le sellarían el pasaporte. Con los ojos clavados en el suelo, entregó su mochila. Su padre le había advertido que los occidentales no la mirarían bien a causa del velo que le cubría el cabello. Las mujeres árabes levantan sospechas en los aeropuertos estadounidenses.

Celebró el aterrizaje en el país de sus sueños. Había ojeado revistas americanas durante sus años de colegial: mostraban a chicos y chicas amigablemente charlando sobren el césped. Y recordaba que se le hacía la boca agua con los anuncios de comida.

Tan solo le faltaba superar aquel control para recompensar el esfuerzo de sus padres y sus hermanos por conseguir una educación occidental para ella, lejos de la guerra.

Sus ojos grandes y del color del desierto se encontraron con los del policía.

-¿A qué viene a USA, señorita? –le preguntó mientras le tomaba el pasaporte.

-A estudiar en la Universidad -contestó en un inglés titubeante.

Observó cómo el policía completaba un cuestionario. Enseguida cogió un sello y lo estampó contra las hojas de su pasaporte. Con un bolígrafo escribió la fecha de aquel día. Ella prometió no olvidarla. Por otro lado le hubiera gustado compartir el momento con su padre y decirle que el mes número nueve era el mes septiembre para los occidentales y que habían transcurrido 2001 años desde la muerte de Cristo.

La felicidad corría por sus venas, dejó caer su mochila al suelo y alzó las manos en señal de victoria. Entonces se dio cuenta de que la gente se arremolinaba frente a las pantallas de la terminal. Había rostros conmocionados y descompuestos.

En los televisores se repetía la misma escena una y otra vez: sobre el cielo azul de la mañana, en Manhattan, un avión de pasajeros acababa de estrellarse contra un alto edificio.

Le costaba entender a los periodistas porque hablaban muy rápido.

-¡No puede ser! La guerra no me puede seguir hasta aquí, esto debe ser una pesadilla -gritó en su idioma.

No podía borrar la imagen del humo que salía de la torre en llamas. El azul del cielo americano se había convertido en el azul de su tierra, color de desierto, de guerra y desolación.