Sobre putas, buñis y rameras
La maldad tiene una extraña atracción que nos lleva a rondarla, a sostenerle la mirada, a aceptarle un pulso, que es el pulso de nuestros principios contra la voracidad de las pasiones y del que –cada cual tiene su propia experiencia– lo habitual es salir escaldado. Los filósofos escriben sobre la tendencia habitual al autoengaño para justificar la elección de lo que no es bueno. Por eso recomiendan precaución, mantener una prudente distancia respecto a aquellos encantos que maquillan todos sus efectos nocivos. Los ojos de Kaa, la pitón arbórea de Rudyar Kipling, prometen la satisfacción hipnótica de sueños ilícitos que terminan con el tonto de turno en el estrangulante estómago del ofidio.
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Hay quienes construyen con alevosía un personaje maldito. Forma parte del espectáculo. Por eso se disfrazan de seres fatales, empeñados en sacar beneficios de sus paseos por el infierno. En Chavela Vargas, su borrachera perenne era una pieza más en su atuendo de poncho y guaraches, como el cacareo de ese amor invertido con Frida Kalho al que cuesta darle carta de veracidad. Una lástima, porque la cantante no precisaba del reverso de la moneda para confirmar su estrella.
Rodolfo Rodríguez, “El Pana”, torero mexicano que pasó años sin pena ni gloria, caldeó el interés del público cuando ya había rebasado la edad compatible con su arriesgada profesión (al pobre lo acabó matando un toro). Para ello coloreó su peculiarísima tauromaquia con una biografía de capítulos improbables, condimentados por el alcohol, la ruina, el abandono, el puterío y la perdición. A la historia de la oratoria ha pasado el brindis del que iba a ser su último toro en la Monumental de México: «Quiero brindar este toro (…) a todas las daifas, mesalinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas… (…) que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando “El Pana” no era nadie, que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, base de mis soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. ¡Va por ustedes!».
Hay que reconocer el verbo suelto del diestro de Apizaco y su inteligente sentido de la oportunidad, pues dicha dedicatoria la hizo a los micrófonos de la televisión, que expandió la ocurrencia por todo el orbe. Mitificar el consuelo que recibió por parte de las mujeres de mala vida le permitió un último reverdecimiento profesional.
No voy a poner en duda la bondad de aquellas señoras a las que Rodolfo nombró con todo un diccionario de sinónimos. Quizás se apiadaron de él al encontrárselo de excursión por la Gehena, y le dieron cobijo para que no durmiera al raso. Sí que dudo de que fueran grandes amadoras, pues ninguna de ellas en la etapa más dulce de su infancia y adolescencia (cuando anhelamos los amores inmaculados) deseó convertirse en mesalina o suripanta, entregar su cuerpo una vez y otra comiéndose el asco, recibir el desprestigio propio de las putas o daifas, vivir bajo la opresión de un chulo en las callejas de un submundo en el que no cabe –admirado Pana– protección ni abrigo, pues no hay compañía más embustera que la que se compra y se paga con billetes o a golpes.
Se habla de la prostitución como del «oficio más antiguo del mundo». Digo yo que antes estarían el cazador, el recolector, el agricultor, el ganadero, el soldado… aunque cabe pensar en la imposición brutal de un primer hombre que se aprovechó –en el rayar de la historia– de la necesidad angustiosa de una mujer, para alquilar su carne viva.
Por algo será que quienes recurren a buñis, chaperos, rameras y putos no se atreven a airear su libertinaje. Lo ocultan, dado su tinte vergonzante, porque un putero nunca ha estado bien visto. Su afición genera desconfianza, dado su carácter despótico y el recurso a la mentira, escondida en parques, pensiones, pisos particulares, tugurios y hoteles de lujo. Los puticlubs son jaulas de ventanas enrejadas, lupanares cercados para que las víctimas de la trata no puedan escaparse. Además, el proxenetismo trae por añadidura el bullir de las mafias, el abuso del alcohol, el maná de las drogas, el rapto con engaño, las violaciones repetidas, los abortos forzados, las palizas… el infierno en vida.
Hay hetairas por voluntad, zorras con suerte que consiguen colgarse del brazo de un rico o de un político (al cabo, un político dado a la tercería suele tener la cartera hinchada de billetes; otra cosa es que sean suyos), mantenidas que duermen bajo techo de gratis, viajan de gratis, veranean de gratis, esnifan de gratis, comen de gratis, compran de gratis y hasta perciben un sueldo a cuenta del erario público. La suerte de estas estrellas de mancebía las lleva a prosperar como madamas, regentes de burdel, cabecillas de redes que se anuncian por palabras. Todo un ejemplo de buena ciudadanía.
Si las putas han existido desde siempre, también los miserables que dejan el pago sobre la mesilla de noche, la propina en el tirante del sujetador o la frustración en un puñetazo que parte un labio pintarrajeado. Falta que ellas nos descubran la cara B de muchos moralistas de mitin y entrevista, feministas de programa electoral y carné de partido.