V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Caballos de colores

Helena Sánchez, 14 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

-Ahora pintaremos el caballo de color marrón. ¿Te gusta el marrón?

Carlitos frunció el ceño y, tras pensárselo un rato, arrebató el lápiz de color a su prima y negó con la cabeza, exclamando:

-El marrón es muy triste. Lo pintaremos de colores.

Su prima suspiró por enésima vez.

-Carlos, los caballos no pueden ser de colorines. Son blancos, negros, marrones o grises. Pero no verdes ni azules, ni tienen... ¡eh! ¿Qué haces? ¡Los caballos tampoco tienen rayas!

El pequeño, haciendo caso omiso a su prima, siguió coloreando al animalito de color naranja, azul y amarillo. Inés, que así se llamaba su prima, le dejó hacer. Tras unos segundos, curiosa, le preguntó a su primo pequeño:

- Oye, Carlitos... ¿Tú te imaginas a todos los animales de colores?

Como si fuera algo obvio, el niño respondió, sin dejar de pintar:

-Pareces más pequeña que yo. No son de colores, pero yo pienso que si los miras como si fueran de colores, son más bonitos. Y deja ya de molestarme.

Inés, pensativa, salió de la habitación. Sorprendida, notó que su primo Carlitos, con cinco años, le acababa de dar una lección, casi filosófica. Fue corriendo hacia su madre, que estaba preparando la cena en la cocina.

-Mamá, tengo una pregunta: Si el mundo es igual para todos, ¿cómo es que hay gente capaz de imaginárselo perfecto y maravilloso, mientras que otros dicen que todo es horrible, tal y como lo pintan en las noticias?

Su madre sonrió y cogió un vaso, lleno hasta la mitad de agua.

-Mira, hija. Hay gente que, viendo este vaso, diría que está medio lleno. Otros dirían que está medio vacío. Tú, ¿que dirías?

Tras pensárselo unos instantes, contestó:

-Yo diría que está medio vacío. O medio lleno. ¡Ay, no sé! ¿Y tú?

La madre se rió, cogió el vaso y, de un trago, se lo bebió entero.

-¡Yo digo que está completamente vacío! -exclamó entre risas y toses-. No lo sé, hija. Unas veces todo es maravilloso, pero otras...

Inés le dio las gracias y se sentó en el sofá, reflexionando. Quiso sentirse capaz de ver los caballos de colores, como su querido primito. Pensó que en el mundo hay demasiada gente que ve el vaso medio vacío. Gente que, por pensar que no se sienten capaces de hacer algo, acababan por creérselo. Hay también gente que, por no llevarse decepciones, decide creer que el mundo es un pozo de desgracias y que todo en la vida son obstáculos. Pero ¿dónde estaba el equilibrio, la esperanza?

El padre de Inés, profesor de Cultura Clásica, le había contado una vez el mito de la caja de Pandora. A Pandora le habían entregado una caja bajo la promesa de que nunca, bajo ninguna circunstancia, la abriría. Carcomida por la curiosidad, Pandora, sin poderse aguantar, la abrió. De ella escaparon la Envidia, el Odio, la Tristeza, el Miedo, la Soledad y muchos males más que invadieron el mundo. Pandora cerró rápidamente la caja. Cuando abrió una rendijita para ver si había quedado algo más, descubrió algo acurrucado en un rincón. Sin pensárselo dos veces, la chica la cerró de un golpe y puso la llave.

A Inés, entonces, se le ocurrió que, a pesar de todos los males que la gente pesimista ve, siempre queda algo bueno. “Siempre se puede cambiar. Siempre podemos olvidarnos de las cosas malas y fijarnos en las buenas.”

Entonces Inés resolvió su confusión: los pesimistas son gente que sólo ve el error y la imprudencia que cometió Pandora al abrir la caja. Los optimistas son los que agradecen con todo el corazón a Pandora que, al cerrar la caja, no dejara escapar a la Esperanza.