XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Cabeza Real

Clàudia Patllé, 16 años

Colegio La Vall (Barcelona) 

Lo peor de la muerte es que no sabes cuándo te acecha. Puede llevarte consigo de pronto o hacerte sufrir en el abismo de la vida durante años. Pero él sabía cuál iba a ser el instante en el que dejaría de ver la luz del sol.

El día final había llegado. Tal y como había escuchado tantas veces, su vida desfilaba ante sus ojos con una elegancia burlona. Errores, éxitos, risas y lágrimas confeccionaban la montaña rusa de su existencia. Intentó centrarse en los momentos felices pero, ¡eran tan escasos!...

Melancólico, se preguntaba cómo habría acabado todo si no hubiera nacido con sangre azul. Si hubiera crecido lejos de palacios y de lujos. ¿Habría encontrado entonces el amor? ¿Habría disfrutado de su adolescencia con besos bajo la luna? ¿Contaría con una pandilla de amigos fieles?... Añoraba una vida que nunca le había pertenecido.

Y mientras todo aquello vagaba por su cabeza, avanzaba por las calles dirigiéndose hacia su final, al tiempo que oía gritos que llegaban transformados en rumores hasta sus oídos. Había creído que la muerte sería silenciosa, pero, como podía comprobar, no en su caso.

Entrecerró los ojos. Aún así, vislumbró cómo su final cobraba la forma de una estructura maciza, con una hoja de metal a modo de corona a la que se iba acercando. Con fuerza bruta le obligaron a ponerse de rodillas y a colocar la cabeza en un agujero de la monstruosa construcción. Alzó los ojos y se topó con los rostros de los que iban a presenciar su ejecución. Se fijó en algunas miradas. Envidiaba a aquella gente, porque aunque estuvieran cargados de rabia contra él, rebosaban de vitalidad al comprobar que su lucha iba a tener resultado.

Una voz grave anunció algo importante que no escuchó, ya que sus pensamientos le abstraían. Acto seguido oyó la acción de una palanca y el chirrido inconfundible de la hoja deslizándose por la estructura. Calculó que no le quedaba más de un instante… Así que alargó ese tiempo. Contemplando el horizonte pidió su último deseo: «Si puedo volver a vivir», se dijo, «que sea un hombre libre».

No hubo dolor, ni llanto ni sorpresa. Solo silencio. Un largo y tenso silencio que se rompió con un grito que anunció:

—¡Ciudadanos, la cabeza de Luis XVI!