XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Cambiar el pasado 

Ana Oliveró, 16 años

          Colegio Canigó  

Todos hemos deseado alguna vez, con todo nuestro ser, cambiar algo que hemos hecho mal. Nos arrepentimos y no nos explicamos cómo pudimos hacer algo así, pero lo cierto es que, en un efímero momento de euforia decidimos actuar de una manera concreta, sin calibrar antes las consecuencias. Luego, cuando nos damos cuenta de lo que conlleva nuestra acción, es como si el peso de todo el universo, con las luminosas estrellas y los enormes agujeros negros, se nos viniera encima.

Mi experiencia en cometer errores es extensa, pero si algo he aprendido es que a la larga ayudan más que perjudican. Eso sí, cuesta mucho ver si realmente aquello nos va a servir de algo, porque en un principio nos vamos a la cama con el deseo de que por la mañana todo haya sido un sueño, una pesadilla, y nada de lo que tanto nos angustia haya pasado en realidad. Sin embargo eso no ocurre: cuando despertamos el error sigue ahí, aguardando a la puerta del dormitorio para acompañarnos durante el largo día muy a nuestro pesar, como una mochila llena de piedras que debemos cargar a lo largo de un tedioso camino empinado. Cuanto más caminamos pensando en el error, la mochila pesa más, como si fuéramos metiendo nuevas piedras y la cuesta se empinara vertiginosamente.

Dicen que si algo no va a importar en cinco años, no se debe pasar más de cinco minutos llorando por ello. Pero en ocasiones, aunque intentemos sacárnoslo de la cabeza, se nos queda obstinadamente dentro. Como cuando se mira una bombilla y, al apartar la mirada, se sigue viendo el refulgir de sus filamentos.

El arrepentimiento, el querer cambiar las cosas, no es malo en absoluto. Demuestra que hay humanidad en nuestro ser, que sabemos que hemos obrado mal. Por eso, no conviene castigarse dándole vueltas al mismo error cuando en realidad se nos está ofreciendo una vía de escape para reconocer que hemos metido la pata y que queremos repararlo. Mientras dudamos y vamos aprendiendo, podemos experimentar una corrosión emocional en nuestro interior. Por eso es necesario armarse de paciencia y pensar que un día miraremos hacia atrás y pensaremos que todo aquella lucha nos ayudó a ser quienes somos. Es bueno comprender que, gracias a todos nuestros errores, nos vamos labrando una personalidad más fuerte y libre.

Hay gente que dice que no se debe cometer el mismo error dos veces, porque la primera vez es un error, pero la segunda es una decisión. Yo prefiero pensar que la cuestión está en intentarlo, y en no cansarse nunca de volver a empezar. Así me cuesta menos comprenderme a mí misma y me ayuda a ser más optimista.