VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Campeón

Rafael Contreras, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Roberto inspiró profundamente y soltó el aire por la nariz, tal y como el entrenador le había enseñado. Su largo camino como boxeador le había llevado hasta prácticamente la cima del mundo en aquel deporte. Ahora dependía de él y del entrenamiento recibido a lo largo de varios años, el alcanzar esa cúspide y coronarse como campeón mundial de su categoría.

A su mente acudieron los recuerdos de toda una vida de diecisiete años. Vio a su padre y entrenador apoyándolo en su primer combate, a su madre arropándolo por las noches, magullado y cansado y todas las horas que había pasado corriendo o en el gimnasio. Todo se fundió en un torbellino multicolor para dar paso a una imagen maravillosa: él mismo, Roberto López, sujetando el título mundial. Era la recompensa por el tremendo esfuerzo. Sólo un paso lo separaba de ese sueño. Un solo rival, el campeón actual, y ocuparía su puesto.

Calentó ligeramente y se colocó los protectores en los nudillos antes de enfundarse los guantes. Su padre le masajeaba los hombros y murmuraba palabras de aliento y consejos, pero Roberto no le escuchaba. Sólo veía ante sí el título mundial. Nada debía distraerle del objetivo. Recordó todos los golpes y direcciones, así como las defensas, mientras flexionaba los músculos abdominales en un intento por deshacer la bola que tenía en el estómago.

Salió al cuadrilátero entre los clamores del público, que gritaba enfervorecido. Si era su nombre o el del adversario, no importaba. Como en un sueño se subió al ring y se preparó, colocando los brazos adecuadamente. El árbitro movió los labios y sonó la campana que indicaba el comienzo del combate.

Su oponente intentó golpearle el hígado, que Roberto defendió con facilidad. Mediante el juego de pies, dejó que su rival se confiara y pensara que luchaba a la defensiva, pero en seguida apreció que éste tendía a dejar descubierta la parte derecha del tronco, dado que era diestro. Esquivó un par de puñetazos y golpeó con todas su fuerzas en el costillar de su oponente, que durante una fracción de segundo vaciló, lo que Roberto aprovechó para pegarle sin piedad en la cara, en una serie de ocho, culminando con un golpe de izquierda que lanzó a su adversario hasta casi las cuerdas. Este esbozó el amago de una sonrisa y continuó peleando.

A partir de ahí, el combate fue una continua carrera de fondo; Roberto empezaba a cansarse de verdad. Había agotado todas sus mañas, incluso el rival había dejado de descubrirse y atacaba con certeza y sin descuidar su defensa lo más mínimo. Roberto se defendía como podía, en un principio mediante un juego de pies rápido, pero su contrario no parecía cansarse, mientras que Roberto, a pesar de estar entrenado en el juego de pies y en la respiración por la nariz, se comenzó a boquear. Y en un segundo, todo acabó. Un amago de su rival hizo que moviera el brazo hacia la derecha, cuando el ataque realmente vino por la izquierda, dejando a Roberto completamente al descubierto.El puñetazo le dio en toda la cara, dejándolo inconsciente.

Se despertó horas más tarde en el hospital. Sus padres estaban junto a él en la camilla. No dijo nada. Había perdido. Lo asimilaría, pero ahora tenía ganas de llorar y gritar que todo había sido en vano, que nada tenía sentido después de tanto esfuerzo sin ninguna recompensa.

Con estos pensamientos, miró a su madre, que le devolvió la mirada, al igual que su padre y entrenador. Y entonces lo entendió: a pesar de que no tuviera fama ni gloria, sí que tenía una familia que se preocupaba por él y que valía más que todos los títulos del mundo.