V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Canción de Navidad

José Luis Montesinos, 17 años

                 Colegio El Vedat (Valencia)  

Charles estaba sentado en su escritorio, sosteniendo entre sus ateridas manos una taza de té. Era invierno y el aire congelaba la garganta al abrir las ventanas.

Charles pensaba que debía acabar su obra pronto, pero no encontraba un final apropiado para su tacaño personaje, el señor Scrooge: no sabía si despertaría de su sueño como un hombre nuevo o si volvería a su avaricia inicial. Se dio cuenta de que había metido a aquel hombre en un buen lío, porque ahora llegaba el momento de pensar en cómo interpretaría las enseñanzas de los fantasmas que se le habían aparecido en sueños.

“Es Navidad”, pensó Charles, “y todo el mundo tiene una oportunidad de cambiar en esta vida, porque en otro caso no existiría la redención”, misterio que tanto le fascinaba.

Pensó que una pequeña parte del viejo Scrooge late en todos los hombres. Todos somos, en ocasiones, avaros y nos encerramos en nuestros quehaceres. Esto lo sabía muy bien el joven escritor, en cuya “Canción de Navidad” había puesto tantas ilusiones y que había limitado, desde hacía meses, su vida social al simple saludo cortes a sus vecinos.

Se hacía tarde, ya oscurecía. La Nochebuena no tardaría en llegar y Charles seguía sin tener la menor idea de cómo encauzar el desenlace de su libro.

“La gente piensa que los escritores controlamos a nuestros personajes”, dijo para sus adentros, “pero nada más lejos de la realidad, pues muchas veces son ellos los que guían nuestra pluma y nuestra mente”. Charles se acordó de los muchos indivíduos que Scrooge había martirizado y se dio cuenta de que merecían mejor trato.

Entonces fue cuando decidió que Scrooge debía despertar y se quedó intrigado. ¿Qué hacía el viejo que se enfundaba su chaqueta y se calaba el gorro hasta las orejas? ¿Se atrevería quizá a salir de su refugio el día del año que más odiaba? Pues sí, salía a celebrar la Navidad con la gente a la que tanto despreciaba. Su protagonista había cambiado de verdad. El escritor ya sólo rasgaba el papel con su pluma, era su personaje el que marcaba el final de su historia, era quien decidía cómo comportarse en su propia vida, cómo actuar.

Mientras el señor Scrooge salía de casa con una sonrisa de oreja a oreja, Charles apilaba todas sus cuartillas con la seguridad de que el que había sido su protagonista más oscuro, al final había impresionado a todos con un generoso corazón.