X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Canicas

Carlos Fernández de Bobadilla, 16 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

El sonido del despertador duele como un puñetazo en el estómago. Me arrastro hasta la ducha y sólo un torrente de agua fría en la cara consigue espabilarme. Me visto, desayuno, cojo la mochila y salgo de casa.

La parada del autobús está a quince minutos de camino, que se reducen a diez si salto la valla del parque municipal, que no abre hasta las nueve. El tiempo es oro, así que la mayoría de los días cruzo por el parque, ya que la valla es fácil de sortear y hay un sendero franqueado de arbustos que cruza en línea recta desde mi casa hasta la parada.

A medio camino, una persona surge de entre la floresta y se planta frente de mí. <<Un atracador un drogadicto un loco me va a matar ¡me va a matar, me va a matar!>>. Doy unos pasos hacia atrás, dispuesto a salir corriendo cuando él levanta las manos lentamente, mostrándome sus palmas cubiertas por unos guantes con agujeros, y se hace a un lado. Al fijarme mejor, me doy cuenta de que es un hombre mayor, de aspecto enfermizo y cubierto de ropas viejas y sucias. <<Mira que haberme asustado un mendigo viejo…>>.

-¿Una limosna, joven? –suplica con voz cansada.

Sigo mi camino, ignorándole. <<Para qué le voy a dar nada, seguro que su se lo gasta en vino de cartón>>.

Mientras paso a su lado, su mano se mete en mi bolsillo izquierdo. Entonces salgo a toda prisa, sin pensar. Al salir del parque descubro algo en el bolsillo. Es una canica. Extrañado, decido tirarla. En cuanto toca el suelo, descubro algo más en mi bolsillo. Al meter los dedos encuentro dos canicas. <<Qué raro que antes sólo haya encontrado una de tres>>. Tiro las dos canicas. Otra vez la sensación; esta vez hay cuatro. Al sacarlas, ocho canicas llenan el bolsillo. Asustado, saco canicas a puñados. Por cada una que lanzo aparecen dos. Muy pronto se me desbordan dentro del pantalón, en un torrente imparable de canicas, que van formando un montículo a mi alrededor. Al tratar de escapar, me resbalo con ellas y caigo de espaldas. Las canicas me cubren y me duele su peso. No puedo respirar. No puedo…

El sonido del despertador duele como un puñetazo en el estómago. <<Menuda pesadilla, hoy no pienso ir por el parque<<. Me arrastro hasta la ducha y sólo un torrente de agua fría en la cara consigue espabilarme. Me visto, desayuno, cojo la mochila y salgo de casa. En cuanto doy dos pasos siento algo en mi bolsillo. Es una canica.