X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Cartas desde un arrozal

Blanca Gallostra, 16 años

                 Colegió Canigó, (Barcelona)  

Faltaban tres días para el Festival de Primavera, su fiesta favorita no sólo por los desfiles, los bazares, la música, la comida y todo lo demás. Lo era, sobre todo, porque se reunía toda su familia. Venían de todas partes: Hong Kong, Shanghái, Nankín, incluso del extranjero. A quien más ilusión le hacía ver era a su primo Shan-Bo, que vivía en un pueblo en las montañas.

Ming Yue lo quería como a un hermano. Siempre contaba divertidas anécdotas sobre su vida en la granja. Las historias cobraban vida en la imaginación de Ming Yue. Veía con claridad al zorro que mataron, la calva del maestro y la manta de arrozales que se extendían por las faldas de las montañas. Sus palabras coloreaban las imágenes de su mente.

Empezaron las celebraciones, las cenas, los paseos entre los puestos y las visitas a los templos. Les dieron un sobre rojo con algo de dinero. Ella todos los años lo ahorraba, pero su primo lo gastaba en seguida en bagatelas que encontraba en los bazares.

Ming Yue no quiso aceptar un regalo que le ofreció.

-Vamos, no seas tonta. De todas formas, es mi último sobre rojo.

Iba a empezar a trabajar. Él hubiese querido ir a la universidad, pero ningún campesino podía permitírselo. Ming Yue se dio cuenta que la feliz infancia y juventud de su querido primo estaba a punto de terminar.

Empezaron a cartearse. Fue así como ella se dio cuenta de lo dura que era la vida en el campo, aunque él nunca se quejaba, pues sus frase sólo describían la belleza de aquellos paisajes, los amaneceres, el olor de la hierba, el frío matinal, el sonido de los animales y el silencio de la noche. Como cuando eran niños, Ming Yue paladeaba cada palabra escrita.

Crecieron, cada uno por su propio camino. Shan-Bo se casó y Ming Yue acabó convirtiéndose en profesora de Literatura de un prestigioso instituto femenino de Pekín. Ya casi no se veían, ni siquiera para el Festival de Primavera. Sus diferentes ocupaciones no les permitían, además, escribirse con tanta frecuencia.

Shan-Bo murió joven, en un accidente que sucedió en la granja. Ming Yue viajó a las montañas para visitar su tumba. Entonces pudo descubrir las maravillas que su primo le había descrito tantas veces. Su viuda la acogió durante su estancia y le entregó el paquete de sus cartas, que Shan-Bo había guardado como un tesoro.

Unos meses más tarde se publicó Cartas desde un arrozal, con Ming Yue y Shan-Bo como coautores. Si no pudo cumplir su sueño en vida, se convirtió en uno de los escritores más celebrados tras su muerte.