V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Cenizas

Marta Pombo, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

Ignacio navega siempre en la misma dirección; pensativo, a gusto, tranquilo. No le asustan ni la tempestad ni la soledad. Le encanta mirar al horizonte y dar gracias por la suerte que tiene.

Nunca pierde su rumbo, siempre va en una imaginaria línea recta, excepto cuando se cruza con continentes que tiene que rodear.

Ha conocido ritos espeluznantes, lenguas exóticas, costumbres ancestrales; ha rodeado islas como mundos, ha visitado tribus aún por descubrir y siempre guarda un recuerdo de cada rincón que se le interpone por su camino. Lugares como la isla de Kirinati, en el trópico de capricornio; Nukuoro, en el mar de Filipinas y Suvadiba, en pleno océano Índico.

Ignacio ha probado desde las comidas más ricas y suculentas que puedas imaginar hasta los bocados más repugnantes.

Todos los marinos, capitanes y piratas saben de su existencia y de su rumbo, pero ninguno de ellos ha conseguido jamás alcanzarle. Ignacio no corre contra nadie, simplemente navega, pero su velero azul y ligero crea cierta envidia a todo marinero, capitán o pirata.

Los piratas más temibles que han conseguido aproximarse a su popa aseguran que alguien más viaja con él. Se habla de una mujer bella que cocina platos exquisitos, platos que hacen sentir que se encuentra en casa. Otros cuentan que por las noches el velero azul deja el rastro de un perfume embriagador imposible de definir. Otros inventan leyendas sobre el capitán del velero azul y de su extraña compañía, de la que jamás se conoció la identidad, y los niños de las costas le conocen por las historias que de él cuentan los pescadores.

Un buen día todos los piratas y navegantes se unieron para alcanzar al gran velero azul. Estuvieron dos semanas discutiendo y peleando hasta que decidieron alinear sus navíos para salir en su búsqueda hasta alcanzarle. Llegó la primavera y pusieron en marcha su plan. Eran tantos barcos que se perdían en el horizonte.

-¡Desplegad las velas! ¡Soltad amarras! ¡Nos dejaremos llevar por los vientos de esta aventura para llegar hasta él!

Todos estaban impacientes, inquietos, excitados y hasta había alguno que otro preocupado. Navegaron lo más rápido que sus grandes buques les permitieron. Apunto estaban de alcanzar aquel gran velero azul, casi rozaban su popa cuando un repentino soplido de viento convirtió la nave de Ignacio en una nube de cenizas blancas.

Aquellos piratas y navegantes quedaron atónitos ante lo que acababan de presenciar. Se hizo un gran silencio, pues todos los que atravesaron esta gran nube blanca percibieron aquel perfume embriagador del que tanto se hablaba.