VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Cerrar los ojos

Lucia Fernández Gutiérrez, 14 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Observó el panorama y se preguntó, por enésima vez, si sabía en dónde se estaba metiendo. Pese al temor que le daba continuar adelante, dio el primer paso, dirigiéndose a aquello que tanto le aterraba.

-Perdone, yo…. Esto… -habló con voz temblorosa, no quería seguir con aquella locura.

-¿No te estarás echando atrás, muchacho? -contesto el hombre, sin apenas levantar la mirada del papel que tenía en mano-. Bueno, haz lo que quieras, pero el dinero no se devuelve.

Le atrapó el pánico. Tenía dos opciones: irse por donde había venido, perder los ahorros de su vida y quedarse sin poder aspirar a una vida mejor o seguir adelante, enfrentarse a sus miedos e intentar prosperar. Vaciló unos segundos. Tenía una oportunidad, algo que muchos no tienen, ¿por qué desaprovecharla?

-No -respondió al hombre, intentando que su voz sonara lo más firmemente posible.

-Bien... Siéntate al fondo y ponte cómodo, pero no ocupes mucho espacio -advirtió el hombre, clavándole las pupilas tan intensamente, que se sintió incomodo.

***

Su mirada reflejaba temor, su cuerpo le pedía espacio, sus pulmones aire y su cerebro..., escapar de allí. Hacía veinticuatro días que había embarcado, cinco que no probaba bocado, tres que no bebía, tres semanas que no podía estirarse, caminar, dormir... Cuándo subió al cayuco, lo primero que le advirtieron es que si se dormía, igual no despertaría.

Había visto olas de cinco metros y el agua le había llegado hasta la cintura; había oído llantos desgarradores y a compañeros que habían cerrado los ojos para siempre. Si hubiera sabido que eso era lo que le esperaba, no se habría arriesgado, pero la tentación de la curiosidad le habían convencido.

-Chaval, chaval -le llamó una voz en la oscuridad de la noche-. Mira a tu izquierda... ¿Ves la silueta de una isla? Nuestro viaje pronto habrá terminad.

Entrecerró los ojos. El hombre tenía razón. Debía aguantar. Tanto sufrimiento y espera por fin darían su fruto. Pero los parpados cada vez le pesaban más. Intentó distraer su mente para no sucumbir al sueño. Pensó que pronto podría dormir cuanto quisiera. Oyó el sonido de una lancha acercarse.

-Viene a rescatarnos, a conducirnos a tierra -exclamó una voz esperanzada.

La lancha cada vez estaba más cerca. Una luz inspeccionó rápidamente la barca. Notó como les remolcaban y pensó: “Estoy a salvo”.

Y cerró los ojos.