X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Chispas de amor

Irene Cánovas, 14 años

                  Colegio Iale (Valencia)  

A mis quince años recién cumplidos presencié mi primera “Nit del foc”, el magnífico castillo de fuegos artificiales con el que se concluyen las fiestas de Fallas.

Los puentes estaban abarrotados de gente. Las primeras filas copadas por turistas mientras los valencianos veíamos los fuegos desde más atrás. También el antiguo cauce del río Turia, seco desde hace muchos años, rebosaba público.

Sonó un petardo, primer aviso de que el castillo daría comienzo en cinco minutos, que se alargaron al ritmo de mi impaciencia. Me metí entre la gente para buscar un sitio mejor. Sonó un segundo aviso, justo un minuto antes del primer cohete. Entonces recibí un mensaje en el móvil. Era Amparo, mi mejor amiga. Me aplastaba la multitud y me había perdido de mis amigos. Le respondí que nos encontraríamos en la cafetería de siempre, cuando acabaran los fuegos artificiales. Volvió a escribirme, esta vez con una cara sonriente.

De pronto, un destello me hizo elevar la vista. Empezaba el espectáculo.

Los fuegos artificiales siempre me han gustado, pero la “Nit del foc” es una experiencia distinta. Colores vivos y relucientes estallaban por encima de la ciudad. Había humo por todas partes, pero no importaba: disfrutaba con el estallido de las carcasas. Las palmeras de luces se sucedían una detrás de otra, cada cual más grande que la anterior. Me caían algunas briznas tras la explosión, pero yo seguía disfrutando del espectáculo.

Hugo, el hermano de Amparo, se encontraba a mi lado. Era el único del grupo que me había seguido. De repente, se acercó un poco más a mí y me plantó un beso en la mejilla. Enrojecí al sentir que me faltaba el aire.

-Me gustas mucho, Amelia –me dijo, pletórico-. Siento haberte robado ese beso.

Sus palabras se mezclaron con el estruendo de la traca, con los azules, los violetas, los verdes y los dorados de las carcasas. Él era el hermano mayor de Amparo. Siempre me había gustado. Era guapo, sin lugar a dudas, y un estudiante aplicado en el instituto. Pero lo mejor de él es que siempre era amable y trataba muy bien a todo el mundo, especialmente a mí, o eso me había parecido. Tenía una sonrisa que se contagiaba y, esto es lo mejor de todo, no tenía novia, según su hermana, que era mi confidente. Siempre me había atraído, pero jamás pensé que pudiera fijarse en mí.

Sin salir de mi asombro, en medio de la noche multicolor, conseguí decirle:

-Si, Hugo, ha sido muy sorprendente y revelador –no sé bien cómo logré continuar-. ¿Qué te parece si terminamos el espectáculo y quedamos la semana que viene para ir al cine? Antes de la película podremos hablar un rato, mientras merendamos. ¿Te parece?

-Por supuesto.

Su cara se ilumino de felicidad.

-Llámame –le pedí mientras el cielo de nuevo se pintaba de pólvora.

Estaba sorprendida por mi valor. Orgullosa, alegre y muy contenta.

Nos miramos una vez más y se nos dibujó una sonrisa cómplice.

Tenía que pensar cómo decírselo a Amparo, aunque tal vez ya lo supiera.

Mis pensamientos flotaban en el aire mientras se sucedían los petardos, las luces, los colores y el intenso y dulce olor a pólvora.