X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Ciega ovación

Marta Pujol, 14 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Noté que me embargaban los nervios, pues tenía las palmas sudorosas y el corazón me latía desbocado. Por fin me llamaron.

Subí al escenario y sentí cómo cientos de ojos me sometían a una inspección.

Tuve el impulso de salir corriendo, pero traté de dominarme.

Me guiaron hasta el centro de las tablas, en donde me aguardaba un viejo amigo: un piano. Me senté en la banqueta y recorrí las teclas con las manos, situándome. No se oía ni un murmullo.

Los primeros acordes llenaron la sala. Inmediatamente después liberé una tímida melodía. El suave compás de la música me tranquilizaba, hasta hacerme olvidar por completo en dónde me encontraba. Disfruté el momento, cada segundo de aquella interpretación.

Hice sonar las últimas notas. De entrada, no ocurrió nada aunque, de pronto, se elevó un murmullo general y la gente rompió en aplausos, vitoreándome. Mis ojos ciegos no veían nada, pero mi corazón rebosaba de felicidad.

Recordé todos los años de estudio, en los que muchas veces me sentí desgraciado e inútil. Hubo gente que me aconsejó que lo dejara, tal vez porque se apiadaban de mi ceguera, pero persistí en el empeño.

Mientras recibía aquella ciega ovación, comprendí que el esfuerzo no había sido en vano.