V Edición
Curso 2008 - 2009
Cielo de ojos grises
Lourdes García Jiménez, 17 años
Colegio Montespiño (La Coruña)
-¿Quieres venir conmigo?
La pregunta no podía ser más sencilla. Aún así, y aunque la hubiese escuchado en tantas situaciones distintas, jamás me habían sorprendido tanto aquellas tres palabras. Pero en aquella situación, estaban simplemente fuera de contexto.
-Pero Isabel, ¿a dónde quieres ir? – respondí estupefacto a mi hermana- ¿Te parece el mejor momento para marcharte?
-Simplemente, me parece que es el único momento.
No pude ponerle objeción. Realmente no le quedaba tiempo. Mi hermana me miraba con sus grandes ojos, aguardando mi respuesta. Mientras, yo me debatía entre la sorpresa y la angustia que me producía tenerla allí delante y saber que los segundos se iban consumiendo.
-Sólo dime a dónde –le dije, procurando que mi lucha interna no fuera visible a sus ojos.
-Quiero vover a Berlín y que tú vengas conmigo.
***
Tal vez debería haber empezado por el principio. Isabel no era muy dada a los melodramas. Por ese motivo, sólo me quiso confiar a mí los resultados de las pruebas definitivas que le habían realizado en Chicago. Y digo definitivas, porque sabiendo que la medicina tiene más de arte que de ciencia y que la probabilidad no es, precisamente, la rama más exacta de las matemáticas, mi hermana decidió que lo mejor sería asegurarse de que no hubiera fallo posible.
La noticia cayó como una losa en la familia. Causó muchas noches de insomnio que dejaban mi frente impregnada de un sudor frío. Isabel era lo único que me quedaba.
***
Tres días más tarde, estábamos paseando por Unter den Linden. Realmente el aire de Berlín era diferente, fresco y húmedo, cargado de recuerdos para mi hermana y de sentimientos para mí. En cada esquina de aquella ciudad había retales de historia, de la historia de un mundo que evoluciona continuamente, un mundo que cambia sin esperar a nadie, un mundo que puede ser lo que nosotros queramos que sea. Se respiraba un pasado trágico y difícil, pero también un presente lleno de esperanza que había hecho posible que la ciudad, con el esfuerzo de sus habitantes, resurgiese de entre la muerte cual ave fénix. Entonces comprendí por qué aquella ciudad, de entre todas las que mi hermana había visitado, era su preferida. Podía ver su carácter y fuerza reflejados en ella.
***
Las campanas de die Berliner Dom, consiguieron enmudecer por un instante el bullicio. Eran las doce en nuestro último día bajo aquel cielo plomizo de pesadas nubes que auguraban una lluvia que nunca acababa de caer.
Isabel y yo estábamos dando nuestro último paseo por el Tiergarten. Ella parecía distraída. Aproveché la ocasión para pararme a observarla detenidamente, intentando memorizar cada uno de sus rasgos, grabar en mi mente aquellos ojos grises tan parecidos a los del cielo de aquella ciudad y así tenerla siempre conmigo.
-Es una ciudad preciosa, ¿verdad?- murmuró ensimismada.
-Tiene una belleza diferente, misteriosa -comenté sin prestar demasiada atención a mis propias palabras–. De todas formas, ¿por qué has preferido volver a Berlín antes que conocer otra ciudad en la que no hubieses estado antes?
-Quería volver para que tú vinieses conmigo. Quería regalarte un sentimiento difícil de olvidar. Quería darte algo bello que te acompañe siempre y que te permita recordarme.
Me quedé sin palabras. En ningún momento había sospechado que ese viaje no había sido por ella, si no por mí. La abracé y pude ver caer por sus mejillas un par de lágrimas, a la vez que me susurraba:
-Te echaré de menos.