II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Cielo raso

David Fuente, 16 años

                 Colegio Vizcaya, Zamudio (Vizcaya)  

    El cañón de aquel arma se hundía en mi sien. Agarrada por mi mano, temblorosa pero firme, se encontraba a la espera de sentenciar mi destino.

    Mis ojos estaban cerrados. Los sellaban lágrimas de frustración. Cada músculo de mi cara se encontraba tenso hasta el extremo, habiéndose desfigurado mis rasgos. Apreté tanto los dientes que sentí fueran a romperse. La mandíbula me dolía de tanta presión. Mi respiración, ruidosa y entrecortada por los sollozos, era la única melodía que amenizaba la noche. Toda la desesperación, la humillación, la ira y los desengaños de una vida se encerraban en aquel momento.

    Las gotas de sudor invadían mi frente y me resbalaban por el cuello. El dedo índice se fue plegando sobre el gatillo. La bala, precedida por aquel estruendo, desgarró mi piel. La notaba, girando sobre si misma. Una nube de sangre salpicó la hierba de aquella campa desierta. Implacable, el acero destrozaba mi cráneo, haciéndome añicos la sien. Avanzaba, hundiéndose en mi cerebro, perforando todas mis terminaciones nerviosas, licuando la masa gris inundada de pensamientos. De pronto, uno surcó mi mente: tú. Te cruzaste con la trayectoria de la bala y chocasteis. Mas en vez de destrozarte, rebotó y el proyectil fue saliendo lentamente por donde había entrado, recomponiendo mi cerebro, mi cráneo y mi rostro.

    Abrí los ojos. Aturdido me dejé caer sobre el suelo y la cabeza me rebotó sobre la fría hierba. La pistola se soltó de mi mano. Quedé inmóvil, muerto en vida y con las estrellas ante los ojos.

Aún quedaba una razón por la que vivir.