III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Cinco minutos

Núria Martínez Labuiga, 14 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

    Miro anhelante el reloj. Espero pacientemente la hora en la que este aburrido día se termine para ser reemplazado por la noche. Desvío mi mirada hacia mi mano derecha: una aguja la atraviesa portando hasta mi sangre medicamentos líquidos de los que soy incapaz de recordar el nombre. Definitivamente, odio los goteros: tan fácil como es tragar una diminuta pastilla... Los médicos se las apañan de la manera más complicada y molesta posible. Debe de ser que aquel que inventó la aguja conectada a un tubo, a su vez conectado a un botellín de medicamentos, nunca en su vida ingresó en un hospital. Estoy segura de que en el mismo instante en el que sintiera el frío helado por su brazo, habría dado por sentado que aquel era un pésimo invento para descartarlo de los hospitales.

    Reclino mi cabeza sobre el cristal de la ventana, que permanece frío a pesar del agobiante calor que produce la calefacción. Desde aquí oigo los sonidos de la calle, repleta de gente abrigada con chaquetones y bufandas. Corren apresurados, toman ruidosos coches y, en ocasiones, también entran y salen del hospital. Siempre con tanta prisa. Estoy segura de que muchos de ellos creen tener un ogro feroz pisándole los talones. Y es entonces cuando me prometo a mí misma que cuando salga de esta habitación no haré igual: miraré detenidamente el cielo, me detendré en los bancos de los parques, compraré deliciosas bolas de azúcar rosado en los puestos de las plazas… Espero recordar este pensamiento para siempre, porque cuando salga disfrutaré de cada instante de mi vida, de cada pizca de viento que agite mi pelo, de cada persona que me sonría. Y cuando las preocupaciones y el sufrimiento llamen a mi puerta, haré frente a mis fantasmas. Porque, ¿qué sentido tiene correr de un lugar a otro sin aprovechar la felicidad con la que puedes deleitar cada segundo?

    Miro el reloj de nuevo y compruebo que sólo han transcurrido cinco minutos. Espero haber exprimido toda la felicidad de ellos, aunque me doy cuenta de que no lo he hecho. Pero eso no hará que los cinco siguientes los pase apenándome por ello. Respiro hondo, sonrío todo lo que puedo y doy gracias a Dios por poder sonreír.