III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Ciudad chimenea

Cristina Tintoré, 15 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

     Entré en su estudio y curioseé todos los cuadros y dibujos colgados. Tuve la sensación de que una zona de la habitación estaba llena de vida. Sin embargo, en la otra abundaba la oscuridad.

    Muchos hablan de la evolución de los pintores. Ahí la teníamos: mi padre llevaba veinte años en el ático del edificio, pintando lienzos y dibujando cartones en su caballete. A veces pasaba las horas aburridas frente a éste, hasta que, de repente, el carboncillo, quieto hacía unos instantes, se movía a toda velocidad por la lámina, sin rozarla en algunos puntos e hiriéndola, como si estuviera viva, en otros. Primero unas líneas negras y más tarde, sombras foscas. ¿Acaso dibujaba una chimenea?

    Los azules del agua se iban tiñendo de marrón y el fresco aire de antes eran ahora negruras de carboncillo que tapaban el brillo de las estrellas. ¿Por qué mi padre, que antaño en sus coloridos cuadros reflejaba su vitalidad y optimismo, ahora sólo se dejaba absorber por las sombras, las nieblas y la oscuridad? ¿Qué suceso hubo en su vida que cambió su manera de ver las cosas?

    Mi padre continuaba igual de optimista y alegre que siempre, no había cambiado. Era la ciudad la diferente. Los colores de su paleta urbana habían variado, a pesar de que habían aprobado muchas leyes para impedirlo.

    Mi ciudad y muchas otras se marchitan, por más que con la primavera les llegue la hora de florecer.