II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Colonia, un viaje inolvidable

Cristina Rodríguez del Valle Pacheco, 14 años

                 Colegio Canigó, Barcelona  

    Las Jornadas Mundiales de la Juventud fueron una idea de Juan Pablo II, algo más que agradecerle a un Papa al que tanto debemos los jóvenes. Y una vez más, contestando a esa llamada, nos poníamos en marcha, con destino a Colonia.

     Lo que más me impresionó del viaje, fue la cantidad de gente que había venido de países muy lejanos, pero todos con una misma intención: fortalecer su fe. Muchos habían estado ya en otras Jornadas Mundiales de la Juventud, sin embargo volvían a acudir, ahora a Colonia, para apoyar y acompañar a un Papa al que prácticamente no conocíamos, y algunos, como yo, con la tristeza de haber llegado hasta allí y no poder ver a Juan Pablo II, al que pensábamos que íbamos a acompañar cuando preparábamos este encuentro. Aunque sentí que Karol Wojtyla estaba también allí, entre nosotros, como un joven más, “un joven de 86 años...”

     La noche que nos quedamos a dormir en la explanada de Marienfield, hizo frío, mucha humedad. Rezamos para que no cayera una gota de agua, pues no estábamos en las mejores condiciones para soportar una noche de lluvia, pero aun así la experiencia había compensado el frío y la larga caminata desde donde dejamos el autocar hasta la explanada. Nos encontrábamos en un ambiente alegre, desconocido pero a la vez familiar, agradable, solidario, en el que te sentías verdaderamente a gusto, a pesar de las incomodidades. Y había algo más, difícil de explicar, sentir que nadie te miraba como algo extraño por manifestar tu fe y, sobre todo, por practicarla. Qué gusto rezar en voz alta, con naturalidad, sabiendo que nadie se extrañaba al oírte. Todo ese conjunto de sentimientos te inundaban de alegría y de fuerzas para regresar a casa con los propósitos concretados en este viaje.

     Gracias a Colonia ya no sería tan difícil ir contracorriente, ser parte de un “minoría”. ¿De una minoría...? La verdad es que esta es una de las ideas que primero cambié después de este viaje, porque ser católico y vivir tu fe no es una cuestión de números ni moda, ni de un momento concreto en un país concreto, es algo universal, con veinte siglos de historia.

     En todo caso, Colonia había dado la bienvenida a un millón de jóvenes, un millón de católicos sin complejo de serlo ni demostrarlo.

     Por tantas cosas fue una experiencia inolvidable, en la que hubo momentos para la oración, la amistad, la solidaridad y el cansancio llevado con risa y canciones.