XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Compañeros en la pobreza

Blanca Goytisolo, 14 años

Colegio Canigó (Barcelona) 

Era una tarde del mes de diciembre. El aire gélido transportaba por las callejuelas del pueblo el delicioso olor del pavo recién hecho, del chocolate caliente y de los turrones de las mejores confiterías. No era una tarde cualquiera: era la tarde del 24 de diciembre.

Juan, un niño de unos once años, vagaba por el pueblo con la mirada perdida en los escaparates que acaparaban la atención de los transeúntes. «Si tuviese algo de dinero compraría uno de estos llamativos regalos, le ataría una bonita cinta roja y…». Un señor que salía de una tienda cargado de paquetes sacudió su abrigo al lado de Juan, que recibió una lluvia de nieve.

«Está visto que la Navidad no es para los pobres. Parece que nosotros no tenemos derecho ni para soñar», se dijo. Pero Juan no era de los que se dejaban abatir con facilidad. Con suerte encontraría un generoso viandante que, apiadándose de él, le diera algunas monedas para comprarse un trozo de pan.

El frío arreciaba. La noche, deseosa de imponer su presencia, había logrado cubrir con su manto todo el cielo que, con su negrura, velaba el pueblo. Juan vio cómo una buena mujer se acercaba a él para entregarle un panecillo caliente. Agradecido, decidió disfrutar de su humilde festín en la plaza del pueblo. Se sentó a los pies de las escaleras de la iglesia, desde donde podía observar como iban entrando los feligreses a la Misa del Gallo. Iba a empezar a comerse su botín cuando escuchó una horrenda tos cerca de él. Al girarse vio a un ciego que se intentaba aislar del frío con una manta vieja y roída. Intentó convencerse de que, al menos, ese hombre disfrutaba del calor de una manta, mientras él sentía cómo el frío le penetraba en cada uno de sus huesos. Pese a todo, decidió acercarse al invidente.

—Disculpe, señor… ¡Qué frío hace!, ¿verdad?

—Sí, bastante. ¿Quieres sentarte conmigo? Con esta manta nos protegeremos los dos.

Juan no pudo evitar un escalofrío, pues aquel pobre hombre no dudaba en compartir lo poco que tenía, mientras que él había pensado no ofrecerle un trozo de su panecillo.

—De acuerdo —aceptó—. Por cierto, tengo un trozo de pan… ¿Quiere usted compartirlo conmigo?

—Me encantaría, muchas gracias. En realidad, es un honor ser pobre en esta época del año —afirmó convencido el ciego—. ¿Sabes lo que están celebrando en la iglesia?

—Sí —contestó Juan—. El nacimiento de Jesús en Belén.

—Exacto —prosiguió—. Celebramos que hace siglos nuestro Dios se hizo hombre para salvarnos. Al hacerlo escogió una cueva como palacio, un pesebre como trono y a unos pastores y a sus ovejas como súbditos. ¡Dios se enamoró de la pobreza! Tanto fue así que vivió pobre y quiso morir pobre, desnudo y en una cruz de madera.

Juan escuchó maravillado las palabras de aquel hombre. Finalmente cayó dormido sobre el regazo de su nuevo amigo, convencido de que Dios habría querido compartir su pobreza con ellos aquella noche de diciembre.